SANTO TORIBIO  SABE USAR LA  MOCHILA

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SANTO TORIBIO  SABE USAR LA  MOCHILA

Un paseo rural por el Camino Lebaniego.


El Camino Lebaniego, desde San Vicente de la Barquera hasta el santuario de Santo Toribio de Liébana, es un viaje iniciático que aúna literatura, arte, espiritualidad y naturaleza en uno de los recorridos más genuinos y profundos de la geografía española. Atravesando paisajes que van del fragor del mar Cantábrico a la solemnidad de los Picos de Europa, cada etapa es el escenario de encuentro con historias, personajes y pueblos donde la huella medieval convive con la fuerza de la tierra y el impulso del andar.

El trayecto lebaniego es también un caleidoscopio de arte y literatura que germina en cada etapa. Los relatos de Beato de Liébana resuenan en las voces de los vecinos y en los manuscritos ilustrados de Potes. Talleres de pintura al temple y encuentros literarios, organizados por la Fundación Camino Lebaniego, mantienen vivo el pulso cultural de la ruta. El arte está en los retablos, en los ungüentos medievales, en los versos que los caminantes trazan sobre cuadernos al borde del camino.

Son muchos los motivos para celebrar el viaje: la espiritualidad medieval, la belleza del paisaje, la sociabilidad de los pueblos, la arquitectura que recuerda reyes y santorales. Cada jornada es un compendio de introspección y goce estético, un relato que se escribe sobre tierra, mar y montaña, donde la literatura se funde con la experiencia vital y el arte con la exigente belleza del norte peninsular.

El Caminante, pues, no sólo cruza geografías: dialoga con la historia, se transforma ante las piedras y los bosques, y encuentra, al final, en el atrio sagrado de Santo Toribio, la paz que solo concede el arte de andar y admirar.

El crujido de la arena fina y el salitre arranca el relato. San Vicente de la Barquera, villa marinera, despide a los peregrinos entre brisas y campanas góticas. En lo alto del cerro, la iglesia de Santa María de los Ángeles preside la salida: aquí el arte es literatura en piedra, con bóvedas de crucería que protegen siglos de plegarias. El Castillo del Rey y la muralla evocan la defensa de un mundo antiguo, donde cada piedra parece unir pasado y presente en un mismo latido.

Los primeros pasos: Entre la mar y los prados

Tras dejar atrás la bahía, el camino ondula a través de La Acebosa y Serdio, pueblo de gentes sencillas que relatan leyendas de marineros y caminantes. Los senderos se apretujan entre el verde de los prados y la respiración del río Nansa. Las iglesias de las aldeas renacen cada día como testigos de lo eterno, mientras el andar se convierte en rito y promesa.  En el bar cercano a la Casa Concejo, se comenta la ultima fiesta de la castaña  y algún amorío local.  La senda el peregrino pasa entre prados y  alguna palmera que hablan del trabajo de sus paisanos.

Se cruza Muñorrodero, donde las fachadas vestidas de piedra y madera hablan del tiempo detenido. En Cabanzón, sobresale la torre-fortaleza medieval, declarada Bien de Interés Cultural, y la iglesia de Santa Eulalia de Mérida, de silencios y ecos siglos. El Nansa marca  el camino en tramos, como queriendo retar  al caminante.

La llegada a Cades, entre castaños y el rumor del agua, revela el alma de la tierra: el Centro de Interpretación de la Ferrería, datado en el siglo XVIII, permite a quien camina asomarse al pasado rural y artesanal. El molino anexo y la casa blasonada conservan la memoria de los tiempos donde forjar el hierro era oficio de necesidad y arte. Los vecinos narran historias de paneras y hórreos, patrimonio de los pocos. Algunas ruinas como la iglesia de San Pedro transmiten  sensaciones inolvidables…

Después de unas curas cuestras se llegan a las aldeas del municipio de Lamasón, la iglesia de Santa Juliana recibe al viajero: construcción románica de principios del siglo XII y finales del XIII, en la que se adivinan elementos góticos que presagian lo que está por venir. El arte sacro, tallado en piedra, parece custodiar el valle de Nansa y sus misteriosas surgencias de agua, donde el rumor de la fuente acompaña las confidencias de los lugareños.

Cicera, semioculto entre montañas y hayedos, representa el aislamiento y la hospitalidad del camino. El albergue es refugio para quienes buscan tanto descanso físico como sosiego interior. Simplemente, un pueblo bonito.  Flores, madera,  y piedra para disfrutar de vida rural de verdad.  Por carretera son decenas de kilómetros,  por el camino  una de las rutas mas bellas de Europa. Desde aquí, el sendero que conduce a Lebeña es una travesía entre humilladeros y antiguos hayedos, donde cada paso es plegaria.

En Lebeña espera la joya del prerrománico cántabro: la iglesia de Santa María de Lebeña, siglo X, monumento mozárabe y principal testigo del mestizaje artístico, con columnas abrazadas por capiteles y arcos de herradura, evocando la convivencia de culturas que peregrinaron y construyeron el alma del camino.

El ascenso hasta el alto de Cabañes regala al peregrino panoramas sobrecogedores: las moles calizas de los Picos de Europa se presentan como murallas de espiritualidad y belleza. En Allende y Tama, el arte sencillo de las ermitas y las portadas góticas habla del recogimiento y la esperanza, y la naturaleza parece multiplicar el sentido de cada jornada.

La llegada a Potes dice mucho de esta capital de outdoor cántabro. El turismo es el motor de Potes.  Para muchos es la  villa de puentes y torres,  cargado   miles de turistas que  piensan más en el shopping que el significado del lugar. Potes es el cruce de caminos en el que la vida se abre como libro y escaparate. Aquí los peregrinos se detienen ante la Torre del Infantado, alcázar de historias y museo vivo consagrado al Beato de Liébana. Los mercados, las voces de los comerciantes y los viajeros tejen una sinfonía de cultura y mestizaje. La Torre de Orejón de la Lama, en mitad del bullicio, es vigía de la memoria lebaniega.

Tránsito final: desde los valles a la puerta del Perdón

La última etapa se agazapa entre la solemnidad del entorno y el anhelo espiritual. El monasterio de Santo Toribio de Liébana aparece tras la última curva, entre hayas y robles que resguardan los pasos del peregrino. La Puerta del Perdón, de estilo románico, espera a ser abierta como umbral de redención los años jubilares. Allí, la estatua yacente de Santo Toribio de Astorga y la capilla barroca custodian el Lignum Crucis, el madero sagrado que mueve cada paso y cada búsqueda.

Pero, sobre todo, el Camino Lebaniego es el arte de andar por placer y reencuentro con lo esencial. Las mujeres que cuidan huertas junto al río, los artesanos en sus casas de piedra,

los niños que saludan al peregrino, los pastores en los altos son los verdaderos protagonistas de esta senda milenaria.

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