Hay algo que me cautivó la primera vez que vi las fotos de Juan. No era su espontaneidad, ni su técnica, ni su ironía, ni su atrevimiento… Lo que me llegó al corazón era su capacidad de cuadrar la escena, como si un torero consagrado se tratase. Podían ser bodas, comuniones o fiestas. Le daba igual, su objetivo siempre buscaba el eje, con la precisión de un cirujano y por eso su trabajo será eterno. Aquí no hay un instagramer, ni un influencer, ni un artista eventual. Aquí siempre hay un fotógrafo que sabe del oficio, del foco, de la luz y que sabe empatizar con el fotografiado.

Han pasado ya varias décadas de sus primeros negativos, pero el mensaje sigue vivo en sus creaciones que ahora se vuelven itinerantes por tierras extremeñas. Del verano murciano al invierno extremeño sin anestesia, dando valor a un trabajo que gana con los años gracias a la personalidad de un artista, poco amigo de los círculos de vanguardia, pero que sabe hacer bien su trabajo.

La evidencia de este trabajo se transforma en valor y prueba documental. El viejo ritual de la boda vuelve a ser narrado desde la secuencia que el ojo de la cámara de Juan de la Cruz Megías construye. Una secuencia que arrastra, contra las evidencias de lo aparente, el tiempo de los sujetos, expuestos ahora a las decisiones de la vida. Fantasías, miedos, ansiedades y esperas cómplices atraviesan la fiesta que detiene, unas veces, se precipita, otras, como si de augurios secretos se tratara. Novios, novias, pertenecen así al momento que la cámara detiene como queriendo ignorar la fortuna.

Desde que en el año 2000 la recopilación de fotos de boda, Bodas/Weddings, 1979-1999 ganó el premio al mejor portfolio en PhotoEspaña, publicándose después Vivan los novios, registro sociológico en torno a tales celebraciones, con humor y amor.El día 7 acaba su exposición en Badajoz, pero Mérida y Zafra esperan a este ilustre murciano con los brazos abiertos.