Ford Kuga para descubrir el Ávila Serrana

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Es posible que sea en esta ruta donde el viajero perciba más claramente la idea de que Ávila no es una provincia con uniformidad geográfica. Recorrer los pueblos cercanos a Piedrahita y a Barco de Ávila nos guarda muchas sorpresas. Esta Ávila de sierra tiene poco que ver con la llanura morañega o con la popular zona meridional, con el Gredos más popular. Recorrer estas carreteras con el Ford Kuga Vignale es un placer que nos permite llevar esa doble vida divertida de ruralita sofisticado.

Se sale de la ciudad por la N-110 en dirección a El Barco de Ávila, dejando a la izquierda a unos seis kilómetros el desvío a Arenas de San Pedro por la N-502, por la que se regresará al punto de partida cuando llegue el final del camino.

Pueblos como La Serrada, Muñopepe, Salobral, Padiernos, y Muñochas, a ambos lados del camino, muestran ésta fértil y ganadera llanura, próxima aún a Ávila capital. Continuando valle arriba aparecen desvíos hacia Salobralejo, Santa María del Arroyo, La Torre y Muñana, ya a 29 kilómetros de la capital, localidad ésta famosa por sus embutidos.

De regreso a la N-110, y viendo cómo el paisaje se angosta paulatinamente, se llega a Villatoro, pueblo que cierra definitivamente el valle Amblés. Villatoro resulta agradable y curioso: la fachada de la casa consistorial está rematada por un reloj del siglo pasado que si no se supiera de tecnología madrileña se diría abulense, a juzgar por la frecuencia con que aparecen de ese mismo tipo en la provincia. El sugerido recorrido por Villatoro quedaría incompleto sin el castillo, del que sólo quedan los restos de una de sus torres. Contemporáneo de la iglesia parroquial, es propiedad privada y se alza sobre un emplazamiento estratégico que fue altamente valorado hasta bien entrado el siglo XVIII.

Nada más salir de Villatoro, por la misma carretera por donde se llegó, se asciende al puerto del mismo nombre, a casi 1.400 metros de altitud sobre el nivel del mar. A la altura del kilómetro 304 de la carretera, bajado ya el puerto, sale un desvío a Villafranca de la Sierra, a dos kilómetros, desde cuyos alrededores se tiene una inmejorable vista de la garganta del río Corneja, unos paisajes llenos de verdor que «suenan» al viajero: se trata de los mismos que repetidamente inmortalizara el pintor Benjamín Palencia en sus cuadros.

Es una delicia poder conducir por esas carreteras. El Ford Kuga Vignale es cómodo, generoso en espacio y sumamente cómodo de conducir. Esa tecnología híbrida lo hace sumamente atractivo. Sus 152 CV, para sus 4 cilindros y su etiqueta ECO, nos permite tener mejor conciencia a la hora de conducir… Los consumos no llegan a los 6 l. a los 100 kms. lo cual siempre es una ayuda para nuestro bolsillo.

Villafranca de la Sierra es un típico pueblo tranquilo, famoso aunque no tanto como El Barco de Ávila por sus judías, con una población que se triplica en los meses de vacaciones, con una bonita plaza soportalada, y con poyos en los que los más mayores dejan pasar el tiempo casi indiferentes al jaleo de «los de la capital». A la salida del pueblo no hay que tomar la misma carretera por la que se llegó: es una pérdida de tiempo un desvío señalizado marca la dirección hacia la N-110, camino de Piedrahíta.

Quedan restos de la vieja muralla y, de ella, una pequeña puerta con dos arcos apuntados. A principios de siglo, a lo que parece, la original imagen de San Miguel que había en un retablo de su colegiata fue vendida a unos ingleses, tremenda circunstancia que parece ilustrar el abandono de este templo, cuya principal característica arquitectónica es la monumentalidad de su nave central: 16 metros de alto y otros tantos de ancho.

Si una vez en Bonilla se tiene una pizca de suerte uno puede encontrarse con la señora María del Rosario, la mujer que guarda las llaves de la iglesia cuenta, cortando el aliento de quien la escucha, mil y una historias sobre el templo, empezando por el hecho de que la imagen de San Martín de Tours, el patrón, está cincelada en una sola pieza, «del-tronco-una-encina» también que en Bonilla murió Alonso de Madrigal, el Tostado.

De vuelta en la N-110, se atraviesa el río Corneja y se entra en Piedrahíta, orgullosa cabecera del antiguo señorío de los Alba. En la plaza Mayor, también conocida como plaza de España, el viajero vuelve a darse de bruces con la imagen de Castilla. Y lo hace a través de una bonita fuente con pilón a la antigua usanza. Los paisanos juegan al mus y al tute en la penumbra soleada del bar La Unión, sin más acompañamiento sonoro que el tintineo de cucharillas y el traqueteo de las fichas de dominó.

La herencia de la poderosa Casa de los Alba en Piedrahíta se dispersa por toda la población, desde los tiempos en que aquella se convirtió en cabeza de un ducado del que dependían casi cien localidades del dominio. Fue Piedrahíta cuna del Gran Duque de Alba, y allí se halla el magno palacio de los Duques de Alba construido a fines del siglo XVIII, con trazo sencillo, apariencia francesa, escaso de ornamentación y hecho a golpe de granito, paños de ladrillo y piedra desnuda en la fachada que da a los jardines.

Hay que dejar Piedrahíta camino de El Barco de Ávila, no sin antes visitar la fundación de la segunda mitad del siglo XV, el convento de carmelitas calzadas de la localidad. Ver su pequeña iglesia gótica, cuyo coro guarda un lienzo de tamaño natural con el Cristo de la Paciencia, el milagroso Cristo granadino que se atribuye a Alonso Cano, no lleva demasiado tiempo. Se sale por la N-110 en dirección a El Barco de Ávila. El recorrido natural hacia esa población es por la carretera citada. Una de las posibles alternativas, si se tiene tiempo suficiente y quiere irse más allá de la ruta, es coger la carretera AV-932 desde el mismo Piedrahíta para ascender al puerto de la Peña Negra, a 14 kilómetros, 1.909 metros sobre el nivel del mar, a través de una estrecha carretera con no pocas curvas. Se tarda en ascender unos veinte minutos las vistas panorámicas, que en los días claros alcanzan dicen hasta la propia Salamanca, justifican de sobra la excursión. Hay que retroceder el camino puesto que desde aquí no se llega a El Barco de Ávila.

A los pies del extremo occidental de la sierra de Gredos, El Barco de Ávila prepara al viajero para un cambio en las características del paisaje. La cercanía de la montaña se nota, por supuesto, en la vegetación. Son muchos los arroyos que vierten sus aguas en esta tierra verde donde florecen los cerezos y donde se cultivan las apreciadísimas «judías de El Barco». Muy cerca del pueblo, el río Aravalle actúa como verdadero surtidor de las tierras. El Tormes se prepara aquí para convertirse en un río poderoso y de rica vega. Sobre él, un puente de más de 100 metros construido en la Edad Media, lleva a la ermita del Cristo, en las afueras de El Barco.

A orillas del Tormes, dominando el paso del río y del valle a modo de enlace entre él y la montaña, se levanta el castillo de Valdecorneja de cuyo señorío homónimo toma prestado el nombre, dominios que pasarían a formar parte de la Casa de Alba en el siglo XV coincidiendo con la construcción de esta fortificación. La iglesia de San Pedro del Barco, sobre la casa natal del santo nacido en 1080, reformada en 1941, y el Viejo Hospital de San Miguel en la plaza de las Acacias, bien necesitado de una urgente restauración, completan el panorama artístico de El Barco de Ávila. Se trata ahora de salir de la ciudad por la C-500 para entrar de lleno en el fértil valle del Tormes. Nuestro Ford Kuga Vignale es una gran opción…

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