Los fuegos de La Rioja
La Rioja es tierra de artesanos. Es cierto que la macroeconomía y la globalización ponen las cosas difíciles, pero esta Comunidad Autónoma puede presumir de haber entendido desde el principio la importancia de preservar esta industria de lo manual, que tanto aporta a la historia y la cultura local. La diferenciación está en los pequeños detalles, así como la riqueza económica. El fuego es casi un elemento que une a todos estos elementos.
El fuego es base de mucha de esta industria. La escultura que vigila el taller de forja de Alejandro Tofé en Zarratón. El fuego de la fragua es el símbolo de un oficio. Cada trabajo es un reto y trabajan sus obras de forma manual. Cada pieza está realizada como lo hacían los antiguos forjadores, artesanalmente, aunque ayudados por la tecnología más actual.
La mezcla de oficio y diseño lo convierte en un lugar diferente. Todos los trabajos están hechos a partir de un diseño estudiado personalmente para cada cliente, adaptando el arte del hierro a sus necesidades y a gusto del particular, dando así a cada obra un carácter único y especial. La tecnología no es meta realidad. Hay un poder en cada golpe del martillo sobre el hierro. El centro del taller son la fragua, el yunque y los martillos, donde, a base de calor del fuego y de golpes, se da forma artesanalmente a cada una de las piezas, amoldando cada figura y un conjunto final.
Ese fuego es que nos lleva al pensamiento de Heráclito. ¿En qué consiste el mundo, cuál es su fundamento, lo que lo hace ser como es? Heráclito afirma que es «fuego siempre vivo». En primer lugar, el «fuego» es un principio o fundamento de todas las cosas, como especie de «material» primordial del que todo está hecho. «El camino hacia arriba y el camino hacia abajo, uno y el mismo camino», demuestra que la vida fluye, como un rio en el que nunca nos bañamos en las misma aguas.
Ese mismo fuego es una metáfora, una imagen del cambio incesante que domina toda la realidad, elegido como símbolo porque, entre todas las cosas y procesos que se nos ofrecen a nuestros sentidos. En ningún lugar como en el fuego el cambio se manifieste de manera tan brutal. La llama que arde es cambio continuo. Las brasas son un elemento más de esa vida rural que nos anima a escapar a La Rioja sin más pretensiones.
Por desgracia ya quedan pocas forjas, pero siguen siendo un símbolo de trabajar la tierra que tan generosa es. Ya desde la Edad Media existe una cultura de trabajar el metal, una cultura y una artesanía vigente durante siglos y que aun hoy sigue resonando. Estos pequeños talleres, sitos en zonas rurales cercanas a minas de hierro, mutaron en otro tipo de industria una vez se popularizaron los altos hornos en el siglo XIX. Calentar y golpear el hierro es todo un arte perdido, pero aquí sobrevive. Algunas chimeneas abandonadas son parte de ese patrimonio industrial que tan fácilmente olvidamos.
Muchas localidades como Bañares, Nájera o Haro todavía conservan esta pequeña industria. Y por supuesto que tampoco hay que olvidar a los herradores que todavía forjan sobre el yunque las herraduras de los caballos que recorren los caminos de Los Cameros o llevan a los turistas en coche de caballos por los caminos de San Asensio. Así es la vida.
Ese mismo fuego es el que ha dado calor durante años a los hornos de los alfareros. Agua, barro y manos se funden en formas que rompen con lo esperado. Y la firma de Antonio Naharro es una forma de entender el mundo de la alfarería. Sus piezas tienen su propio lenguaje. Cantaros, ollas, lecheras o botijos se convierten en siluetas que juegan con brillos y texturas inesperadas. Es un artista, que todos los días acude a su trabajo sin importarle los números de su carnet de identidad.
Antonio demuestra que el trabajo es un vínculo con la realidad. Extremeño de nacimiento y riojano por amor. Su taller en Navarrete es un reclamo para los que creen que el trabajo cotidiano es la mejor manera de reactivar la creatividad. Por eso, su torno sigue siendo un referente de la Alfarería Tradicional, con la recuperación de piezas del País Vasco, Navarra y La Rioja. Cada pieza es una apuesta por ese diseño que no tiene edad, porque ya nace como un clásico. Lo rural se vuelve eterno de la mano de una persona que ha hecho de su trabajo cotidiano una manera de entender la tierra. Su trabajo es un referente del calor y la pasión por lo manual.
Ese mismo calor es que se mantiene en las casas, entorno a cada chimenea. En zonas rurales de La Rioja la venta de leña ha subido en los últimos años. Un método eficaz y tradicional para calentar nuestros hogares como lo hacían nuestros antepasados directos y lejanos. Tantas generaciones, al fin y al cabo, no pueden estar equivocadas. El chisporroteo y el calor de una buena chimenea es inigualable, no importa qué moderno método de calefacción utilicemos en nuestro hogar. Se entiende que el turismo rural casi tenga la chimenea como un icono es la búsqueda primitiva del viejo hogar prehistórico. Es la visión moderna de la cueva de nuestros antepasados.
La población parece cada vez más consciente de que no hay que olvidar métodos tradicionales, sobre todo en un momento de subida del gasoil y otros combustibles. Su cultura e identidad son un plus para el turismo, y fiestas como las de la vendimia, su célebre batalla del vino y, en general, ese aire medieval que caracteriza su imagen exterior favorecen la llegada de visitantes.
Sus idílicos y fríos inviernos colaboran a crear esa estampa rural ideal para desconectar y alejarse del mundanal ruido en una apartada localidad rural de las nevadas montañas riojanas. En este sentido, incluso su gastronomía tradicional, tan fundamentada en productos contundentes como sus excelentes chacinas, panes o verduras necesitan el calor de la chimenea o las brasas de la parrilla.
Todo ello es compatible con una buena jornada de esquí en la estación de Valdezcaray. Las casonas de piedra, sillería y madera de muchas de sus casas rurales, pensadas para evocar ese pasado mítico pero real de La Rioja, ayudan a crear esa estampa de lugar acogedor, perfecto para una visita otoñal o invernal de la mano de Ascarioja y sus casas rurales. La gente en La Rioja, en definitiva, sabe cómo combatir el frío y también amarlo.
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