Por Tierras de Salamanca

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Hay sitios que tienen tantos visitantes que parece que no necesitan turistas. La provincia de Salamanca es uno de ellos. Por eso, ahora que se han asociado catorce ganaderías de reses bravas para abrir sus puertas y dar a conocer la cultura de Campo Charro, parece casi obligado el realizar una visita, para conocer un escenario de belleza desconocida para muchos.

Un nuevo concepto de turismo rural renueva sus escenarios. Nada más salir de Salamanca, el paisaje se transforma. El Tormes mira hacia el Duero y las dehesas del Campo Charro demuestran el poderío de un paisaje que sorprende por su autenticidad y su carácter. La carretera SA-300, nos da la bienvenida con dos puentes que sortean las aguas del Tormes y nos dan acceso a la villa de Ledesma. El Puente antiguo con sus cinco arcos es la foto perfecta y puede presumir de tener una amplia historia se sucesos como el de haber sido volado durante la Guerra de la Independencia por las tropas napoleónicas.

Ledesma es la excursión ideal. Sus orígenes se remontan a la época prehistórica y prueba de ello lo encontramos en el parque cercano al castillo donde podremos ver el verraco y un menhir megalítico. En la época romana fue conocida como Bletisa debiéndose su nombre al Cónsul Bleto. Dejando la historia a un lado, entramos en la localidad a través de la Puerta de San Nicolás, la única que se mantiene de las ocho primitivas.

Seguir por las pequeñas carreteras cercanas al rio, nos lleva a un laberinto de pantanos y pueblos que demuestran el sabor campero de esta tierra. El auténtico centro neurálgico rural de Salamanca está entre los ríos Yeltes y Huebra. Entre ambos, se esconden poblaciones como La Fuente de San Esteban, Vitigudino, Sancti Spiritus, Matilla de los Caños, o Martín de Yeltes, que cobijan los hierros de las dos familias ganaderas más importantes de Salamanca: los Pérez-Tabernero y los Fraile. El nuevo turismo de los Arribes, ha revalorizado el interés por Trabanca o Almendra.

Está claro que Ciudad Rodrigo merece una parada. Su entorno es, sin duda, lo mejor del lugar pero hay otros reclamos que llevan a los turistas hasta este recóndito paraje al oeste peninsular, situado a escasos kilómetros de la frontera portuguesa. Es una ciudad amurallada y medieval que surge en una amplia vega fácil de vadear. Puede presumir de ser plaza fuerte, sede episcopal y centro comercial a la vez. Merece la pena visitar su muralla árabe, su catedral románica, su castillo medieval y sus palacios renacentistas señoriales. Aquí ya se corrían toros, en 1493 según un ‘Oficio’ de los Reyes Católicos y es tradición en sus calles su famoso Carnaval del Toro, donde los coloridos disfraces danzan alrededor de las bestias. Buen vino, diversión y arrimarse lo que pueda cada uno, porque el riesgo es evidente.

Por eso aquí se entiende casi como obligada la visita a la ganadería de Adelaida Rodriguez o a la de Manuel Santos Alcalde, que todo el mundo conoce como los Talayos. Cada finca es un ecosistema, donde el toro, o el cochino es parte del escenario. Es una belleza primitiva. Hombres a caballo, viejos Land Rover con alguna que otra cornada en la chapa y una manera de entender la vida que está marcada por la estacionalidad. Esa carretera SA-220, que conecta Ciudad Rodrigo con Béjar es un paseo para ir con pocas prisas.

Si optamos por ir hacia el sur de Ciudad Rodrigo, en el valle del Águeda, se encuentra Fuenteguinaldo, población en la que se conducen los toros con caballos desde el campo abierto hasta la plaza de talanqueras. En Ciudad Rodrigo tampoco debes perderte el Museo del Orinal (Pz. de Errasti, s/n. Tlf: 659 345 950), un original museo con la más importante colección de orinales de España. Podremos ver piezas del siglo XI y otras muchas de diversas zonas del mundo. Entre las localidades de Pereña de la Ribera y Masueco, en la comarca de los Arribes, es digno de ver el conocido como salto de agua del Pozo de los Humos. Otras rutas de interés pueden ser la Ruta de las Fortificaciones de la Frontera, donde se recorren los principales bastiones fortificados de la zona.

No son pueblos de grandes gestas históricas, ni de referencias literarias, pero sí de encantos placenteros para quienes gustan de lo popular y de los rincones naturales inalterados. Hay que descansar y disfrutar en La Alberca, capital de Las Batuecas, y el más conocido y turístico de todos los pueblos de la comarca. Su arquitectura popular y el costumbrismo, que sus gentes ejercen con orgullo, enamoran a todos sus visitantes y las tradiciones locales se conservan, aunque sólo sea para mostrarlas a los turistas. Tras un posible recorrido a caballo por los bosques y sierras de los alrededores volvemos a la Alberca casi al atardecer.

Pero aún nos queda uno de los caminos más agradables de los que se pueden hacer dentro de la provincia. Se trata del valle de las Batuecas, una de las comarcas más salvajes y bellas de nuestra geografía, misteriosa y olvidada por casi todos. Tan aislado está el valle que durante muchos siglos sus gentes se pensaban que eran los únicos pobladores del mundo y de ahí que aún se diga que «está en las Batuecas» al que parece ensimismado y ajeno a lo que pasa a su lado.

También hay que subir hasta la Peña de Francia, en esa serranía que separa Salamanca de Extremadura. Una intrincada carretera asciende hasta los más de 1.700 metros de la Peña un camino casi eterno compensado con la impresionante vista panorámica que encontramos en la cumbre. Los monjes dominicos que lo custodian parecen invisibles y cuando no hay turistas el silencio del lugar resulta sobrecogedor. Resulta difícil imaginar que esta insólita y solitaria roca granítica haya sido meca de peregrinación local desde hace siglos. Aquí todavía, cada mañana canta el gallo…

Las viejas carreteras entre campos de trigo, centeno y avena nos llevan a Peñaranda de Bracamonte. La nueva autovía parece sacarnos de estas poblaciones, donde las casas todavía huelen a pueblo.

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