PRIMAVERA TOLEDANA EN AMARILLO CEREAL.

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Nos vamos en busca de la primavera toledana. Elegimos coche y ruta. Un Škoda Octavia es el perfecto compañero para este viaje. Y partiremos desde la misma Toledo, la Ciudad de la Tolerancia o la también llamada Ciudad de las Tres Culturas, donde la convivencia de judíos, musulmanes y cristianos ha dejado una riqueza histórica y urbanística, inigualables. Y a pocos kilómetros, marcando el límite entre pueblos, nos encontraremos seducidos por insuperables tierras de cigarrales, olivos y esplendorosos castillos.

Toledo, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es para recorrerla despacio y saborearla. Destaca por, sobre todo, El alcázar, una fortificación de carácter civil y militar, ubicada en la parte más alta de la ciudad. Sus 4 torres espigadas flanqueando sus ángulos, le han granjeado una silueta difícilmente confundible. «Al Qasar», que significa «fortaleza», nombre acortado del que era habitual: «Al-Quasaba», cuyo significado era el lugar de la verdadera residencia principesca. En la actualidad, alberga oficinas del ejército y un museo.

Otra joya es la Catedral, que posee una importante colección de obras de El Greco. Por su coro, su sala capitular, su órgano, su retablo mayor y sus múltiples vidrieras, ha sido calificada por muchos como el “museo de los museos”.

Y también, os aconsejamos no dejar de dar un paseo hasta la Plaza de Zocodover, – centro de la vida toledana y antiguo mercado árabe – y luego acercarse andando hasta la Puerta de la Bisagra, la principal de la ciudad y muestra de estilo plateresco.

Pero como hemos dicho antes, también nos espera el campo, los cigarrales, y una primavera de olivos y amarillo cereal. El gran lujo es, sin duda, esos cigarrales que aparecen vigilantes en muchas de las carreteras que llevan hacia los Montes de Toledo.

La primera parada se debe hacer en Guadamur, un pueblo que cuenta con uno de los castillos más altivos de toda Castilla. Fue encargada la construcción en el siglo XV por Pedro López de Ayala, Conde de Fuensalida. Un dato interesante para apuntar, es que en Guadamur se descubrió el Tesoro de Guarrázar, uno de los más destacados de orfebrería visigoda.

Seguimos deleitándonos en estas tierras manchegas que rodean al río Guajaraz, tan cerca pero tan lejos de las grandes urbes todo es perspectiva. Y en busca de ello vamos. Nos detenemos en Layos, famoso por el Palacio de los Condes de Mora, joya de la arquitectura del siglo XV. Pero también es amado por los practicantes de golf y por los que disfrutan de los paseos a caballo, porque Layos es ideal como punto de salida para recorrer las cercanías rurales de Toledo.

Pasamos por el Embalse de Guajaraz en las orillas se observan patos, garzas reales y cormoranes que secan sus alas al sol. Incluso, algunos buitres vigilantes, apostados sobre las encinas. Dejamos atrás más campos de olivos, seguimos hacia el sur, camino de los Montes de Toledo. Luego tomamos por CM-4013 dirección Cuerva para posteriormente coger la CM-410 que nos llevará hasta nuestro siguiente destino, Sonseca, conocida por su mazapán. A medida que avanzamos, es fácil notar que los caminos son un paraíso para los ciclistas.

Pasamos por Orgáz, villa que pudo ser la antigua Barnices mencionada por Ptolomeo en la Carpetania. Por aquí pasaron nobles, tropas y huestes en tiempos de la reconquista. Rica en personajes históricos y monumentos. Como Doña Jimena, la mujer del Cid, o Churriguera.

Pocos kilómetros más adelante, y a 42 km de Toledo, están Los Yébenes. Este pueblo es un buen ejemplo del Toledo de caza y monte. Abundan los ciervos y jabalíes que viven en la espesura, de allí que funcione como coto de caza mayor. Y, además, suele ser un destino perfecto para disfrutar de la berrea a comienzo del otoño. Hay Fincas extraordinarias donde se refugia la alta sociedad madrileña, incluso ha sido elegido lugar de descanso de las altas autoridades españolas y extranjeras. Y es para nosotros, un buen destino para cerrar este viaje el Parque Nacional de Cabañeros y un pueblo como Horcajo de los Montes que a pesar del daño urbanístico que ha sufrido, guarda el corazón de esa mancha montañosa.

Aquí nos despedimos hasta nuestro próximo viaje, pero antes recordaros, que las mejores épocas para conocer la zona es la primavera y el otoño, porque las temperaturas son cálidas y no se sufre el calor veraniego, ni las heladas invernales. Y además, el campo en primavera muestra su inmenso esplendor primaveral de amapolas, cantueso, jara y retamas.

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