Gourmets en Alt Maestrat
Una sorpresa que no tiene estación. El Alt Maestrat es un lugar muy especial, perfecta para viajeros con alma de aventureros. Porque allí, entre naturaleza abrupta, refugios rocosos y un patrimonio espectacular, hay un verdadero paraíso plagado de sorpresas que fascinan a los turistas más viajados. La histórica región de la comunidad valenciana que además de contar con un rico y variado patrimonio acoge a los forasteros con la mejor de las bienvenidas: una gastronomía original y con la personalidad justa para conquistar al más curioso.
Lo fácil es lo evidente. Los campos de almendros son una de las señas de identidad de Catí, uno de los pueblos imprescindibles de la zona, el mismo que recibe el sobrenombre del Tresor del Maestrat. No solo por el aire medieval que conserva, plagado de casas señoriales que salpican estrechas callejuelas en un paseo que deja ver el mejor gótico civil del Maestrat, sino también por los productos de su gastronomía. De esos almendros que forman parte del paisaje salen dulces como el delicioso flan de almendra o la demandada coca, pero antes es imprescindible probar uno de los tesoros de la zona: el queso artesano del Maestrazgo, elaborado por la cooperativa de ganaderos de una comarca con décadas de tradición en la cultura del queso. La visita a la tienda de la fábrica merece la pena.
En la tierra se conocen bien. Elaborados con leche de cabras que pastan por esos campos perfectos para el pastoreo, entre ellos figuran quesos como Tronchón, Pell Florida, Oreado, el famoso queso de leche cruda con toques a cereales y frutos secos, su galardonado queso eco-bio, que recibió el premio al mejor queso de España de producción ecológica, el queso Pañoleta, Romero, Castell Morella… Todos ellos son de maduración natural, respetando los tiempos en bodega hasta llegar al punto perfecto para servir y que haga su magia en el paladar.
No hay que recorrer una gran distancia para seguir disfrutando de los placeres de esta región. A unos 20 kilómetros de Catí se encuentra Benassal, tierra que conserva su pasado como pocas. El Arco de La Mola da la bienvenida al barrio musulmán, un entramado de callejuelas y fachadas de piedra levantadas en el siglo XII. Durante el paseo quedan al descubierto tramos de la antigua muralla y algunas de las siete torres que aquí se levantaron, además de rincones que recuerdan el esplendor de otras épocas, como la casa palaciega Sánchez Cutanda, de 1729, con un pórtico barroco con columnas salomónicas. Para los que busquen descansar, a solo dos kilómetros encontrarán la centenaria villa termal de Fuente de Segures.
Precisamente por la calidad de las aguas del manantial, el agua de Benassal se comercializa como bebida desde 1847. Pero como no solo de agua vive el hombre, los homenajes culinarios también son posibles en esta tierra eminentemente ganadera. Por eso dicen que este lugar sabe a monte: hay que probar sus deliciosas carnes, tanto de cordero como de ternera o cerdo, ya sean a la brasa o guisadas con hierbas aromáticas y setas. Y no marcharse sin antes picar sus jamones y cecinas, deliciosos con un poco de su espectacular aceite.
No muy lejos está está Culla, uno de esos rincones románticos que enganchan a los pocos minutos de comenzar la ruta. Parte del encanto lo protagonizan las ruinas del castillo que un día fue Templario, pero no es el único atractivo. Entre las sorpresas, un casco histórico que entre otros edificios acoge el antiguo Granero del Comendador, conocido actualmente como La Presó del siglo XIII y XIV, el antiguo Hospital o la iglesia de El Salvador. También entre las virtudes de este lugar está el paisaje, en el que aparecen más de trescientas masías, para el que resulta perfecto el mirador de El Terrat.
En cuanto a su comida, de nuevo la gastronomía tradicional elaborada con productos de la tierra es la reina de la mesa. Entre esos productos están los frutos secos, el aceite de oliva, carnes y embutidos artesanos, y por supuesto, la trufa negra, uno de los bienes más preciados de esta tierra por su calidad.
Para terminar la ruta quedaría por visitar otro imprescindible porque un viaje por el Alto Maestrazgo se quedaría cojo sin pasar por Ares del Maestrat, la localidad que ha crecido a la sombra de la espectacular Mola d’Ares, testigo de toda la historia de este pueblo que desde el horizonte se divisa como un conjunto de casas colgadas sobre el desfiladero, como queriendo romper con las leyes de la gravedad. Parte del pasado de Ares del Maestrat nos lo cuentan las pinturas rupestres de Cueva Remigia pero también su arquitectura, como el castillo, ahora en ruinas, donde Jaime I emprendió la conquista de Valencia. O la impecable fachada barroca de la iglesia de la Virgen de la Asunción, majestuosa y solemne.
Toda la originalidad de las calles de esta localidad se traslada a su cocina, de la que la “olla d’Ares” -guiso de carne de cerdo, morcilla, garbanzos, cardos y patata-, los garbanzos con ajoaceite, el ternasco o la perdiz son buenos ejemplos. Perfecto para darse un homenaje. Comer bien, es parte del disfrute de esta gran tierra…
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