CANAL DE CASTILLA: Un recorrido muy enchufable
CANAL DE CASTILLA: Un recorrido muy enchufable
El amanecer sobre Medina de Rioseco marca el inicio de un viaje singular. La silueta de la villa vallisoletana se despereza frente al ramal de Campos: allí aguarda el Canal de Castilla, un hilo azul, símbolo de progreso, esfuerzo colectivo e inspiración artística desde el siglo XVIII. Lo que fue innovación hoy parece antiguo, por eso recorrer estos territorios con el apoyo de los puntos de carga para coche eléctrico en Medina de Rioseco, Becerril de Campos, Fromista o Pàredes de Nava es un mirar al pasado con otra mirada.

El Canal de Castilla es la gran obra civil de la España ilustrada, gestada en un país atenazado por el aislamiento de la meseta norte y la precariedad vial. Bajo el reinado de Fernando VI, y espoleado por su ministro el marqués de la Ensenada, se concibe una vía fluvial que dinamice la economía cerealista de Castilla y, de paso, la sitúe en el mapa europeo de las grandes infraestructuras hidráulicas.
Las obras comenzaron el 16 de julio de 1753 en Calahorra de Ribas, bajo la batuta de Antonio de Ulloa y el ingeniero jefe Carlos Lemaur. El trazado, ambicioso, proyectaba comunicar los fértiles campos del interior con el Cantábrico, superando el territorio mediante una red de canales navegables y sistemas de esclusas, ingenio que aún asombra a los viajeros actuales.
El recorrido del canal es testigo de una historia tejida entre avances y reveses. Paralizada la obra a los pocos años de iniciarse, la construcción sufrió continuas interrupciones por dificultades económicas y conflictos bélicos. No fue hasta finales del siglo XVIII y mediados del XIX que, entre reanudaciones y concesiones a empresas privadas, se culminaron los tres ramales —Campos, Norte y Sur— que configuran la “Y” invertida de su trazado total, 207 kilómetros atravesando Palencia, Valladolid y Burgos.
Medina de Rioseco representa el punto de partida ideal para el cicloturista que busca historia y naturaleza a partes iguales. El ramal de Campos, con sus 78 kilómetros entre Calahorra de Ribas y la villa riosecana, ofrece un trazado sencillo, de pistas de grava y tierra, apto para bicicletas gravel, trekking y montaña. Los caminos de sirga, antaño transitados por mulas que arrastraban embarcaciones, hoy son rutas tranquilas para el ciclista moderno.

El recorrido se puede dividir en etapas, permitiendo la visita pausada de esclusas, ruinas de molinos y pequeños núcleos rurales bañados por la luz dorada de la Tierra de Campos. Becerril de Campos y Frómista se cuentan entre los pueblos mágicos de España, y bien merecen una parada para descubrir su patrimonio, gastronomía y la huella imborrable del canal en su devenir histórico.
El canal fue, y sigue siendo, un hito no sólo técnico, sino ambiental. Desde sus primeros compases, se fomentó la mejora paisajística mediante plantaciones de árboles y viveros en zonas como Calahorra. El agua, además de recurso industrial, fue motor de riego y reavivó la biodiversidad en la zona, transformando ecosistemas y favoreciendo la aparición de fauna y flora propias de humedales. La ribera es hoy refugio para aves migratorias, paraísos de pesca y recorridos botánicos que los amantes de la naturaleza pueden disfrutar a lo largo de la ruta.
El Canal de Castilla ha fascinado a escritores y artistas que descubrieron en su cauce una metáfora de la identidad castellana. Raúl Guerra Garrido, en su libro “Castilla en Canal”, lo define como epopeya civil y espacio de meditación, donde la fe y la razón confluyen. Gustavo Martín Garzo lo ve como “pequeña Toscana”, y el propio cauce se convierte en paleta de colores que mece Palencia, Burgos y Valladolid, inspirando paisajes y relatos. La literatura contemporánea y el arte siguen encontrando en el canal un referente. Exposiciones de pintura y fotografía, poemas y narrativas celebran el encuentro entre la técnica y la poesía, el trabajo y la belleza. El cruce del canal con el Camino de Santiago en Frómista es el ejemplo perfecto de simbiosis entre historia, espiritualidad y paisaje.

Iniciar la ruta desde Medina de Rioseco es sumergirse en la “Tierra de Campos”, escenario donde el canal estructura paisajes, economía y tradición. El cicloturista avanza siguiendo el curso del agua, rodeado de cultivos de cereal, palomares y la serenidad de los caminos de sirga, antiguos trayectos de las mulas de tiro que hoy se transforman en pistas de grava y tierra, ideales para bicicletas gravel, trekking o montaña.
La ruta, perfectamente ciclable y señalizada en la mayor parte de su trazado, discurre en paralelo a esclusas, dársenas y acueductos, algunos restaurados y otros convertidos en vestigios de la ingeniería dieciochesca. El paisaje, tan horizontal como infinito, se descuelga en meandros y curvas suaves, donde los álamos y chopos flanquean el agua, especialmente bellos en otoño, cuando el canal se engalana con una sinfonía de ocres y dorados.
Todo el canal está jalonado por enclaves turísticos y culturales de gran atractivo. Medina de Rioseco, con su dársena portuaria rehabilitada y centro de interpretación, es referencia imprescindible. Aquí se puede visitar el museo del canal, embarcarse en paseos fluviales y recorrer la ciudad histórica, cuna de la Semana Santa castellana y capital comercial de Tierra de Campos.
Becerril de Campos y Paredes de Nava regalan sorpresas a los viajeros: iglesias mudéjares, museos de arte sacro, bodegas y hostales cicloturistas. Las esclusas y acueductos rehabilitados funcionan como espacios expositivos al aire libre, y varios alojamientos ofrecen servicios específicos: guardabicis, transfer de equipaje y desayuno energético. Una parada en Villarramiel permite degustar embutidos o visitar panaderías con siglos de historia.

La oferta gastronómica es rural y de proximidad: lechazo, pan candeal, quesos de oveja y vinos D.O. Cigales conforman la despensa local. En la ruta abundan bares y merenderos junto al canal, lugares perfectos para almorzar con vistas al agua. Los municipios han potenciado el cicloturismo con la rehabilitación de antiguas casas del canal y centros de interpretación que explican la importancia económica e histórica del canal para la región.
Las exclusas y molinos, convertidos en galerías improvisadas, acogen a menudo exposiciones temporales de pintura, fotografía y escultura inspiradas en el agua, los paisajes y la memoria industrial. En el dársena de Medina de Rioseco y Palencia se celebran conciertos al aire libre, lecturas poéticas y jornadas de literatura en las que el canal se convierte en protagonista y escenario.
El canal, por tanto, es también una obra de arte: su ritmo pausado, la simetría de los álamos y la geometría de las esclusas han sido motivos recurrentes en la pintura de paisajistas y acuarelistas. El discurrir del agua, la luz y la atmósfera se asocian irremediablemente con la literatura de viaje y el arte de contemplar la naturaleza transformada por la mano humana.

Testimonios recientes destacan la camaradería en el canal: ayuda entre ciclistas, consejos sobre el estado del firme, la posibilidad de disfrutar del trayecto sea cual sea el nivel físico. “El canal es silencio, historia y agua”, asegura Jon Pérez Yurrita, autor de una de las rutas más populares; “rodar con calma es la única filosofía posible, dejarse llevar por el ritmo del agua y la memoria que rezuman esclusas y molinos”.
Las dificultades existen: el calor en verano, la escasez de fuentes, la necesidad de repuestos y el trazado pedregoso en algunos tramos. La experiencia de usuarios varía desde la aventura familiar (madre e hija recorriendo el trazado en 4 días) hasta el desafío de los experimentados alforjeros que buscan en el canal una alternativa a las rutas europeas más conocidas.
Anecdotas abundan: vecinos que ofrecen avituallamiento ante la falta de bares, campesinos que relatan la historia de sus antepasados, ciclistas que comparten herramientas y consejos. Todo el canal se convierte en comunidad, en espacio de encuentro y diálogo, donde la memoria de quienes lo cruzaron en barcos de tiro y la de quienes lo recorren hoy en bicicleta se entrelaza y enriquece.
Pedaleando hacia Becerril de Campos, se siente el latir de la tierra de la que nacen los granos que el canal exportaba, sello de la economía española antaño. Becerril es referencia artística y cultural; su iglesia mudéjar y las bodegas subterráneas albergan exposiciones que vinculan arte y tradición vitivinícola, emblema del canal que fue motor económico y fuente de inspiración.

Al continuar hacia Paredes de Nava, es visible cómo el canal se integra perfectamente en el ecosistema de la Tierra de Campos. Los chopos y sauces crean corredores verdes por donde revolotean aves acuáticas y otros habitantes que se han adaptado al agua que renació gracias a esta magna obra. Destacan aquí los paneles interpretativos que invitan a detenerse y reflexionar sobre la importancia ambiental y patrimonial que supone conservar estos ecosistemas para el futuro.
Villarramiel, última gran parada antes de llegar a Palencia, acoge pequeñas celebraciones y ferias locales que enaltecen la historia del canal. Allí, el guía turístico local, Marta Fernández, explica: “El canal mantuvo la vida en estos pueblos incluso en tiempos difíciles. Hoy es la herencia que cuidamos con orgullo.” Además, se impulsa un turismo sostenible basado en la bicicleta que contribuye al desarrollo rural, realzando astronomía y alojamientos rurales en antiguas casas del canal restauradas para recibir visitantes.
El Canal de Castilla ha evolucionado de vía comercial a recurso ambiental y turístico. El corredor de biodiversidad que crea es vital para la fauna local, especialmente aves migratorias protegidas. La ribera está integrada en planes de conservación y en el proyecto de promoción del cicloturismo rural sostenible como modelo de desarrollo territorial.

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