RUTA LITERARIA POR LOS CASTILLOS DE SORIA: Siete fortalezas, siete historias, siete miradas
En el corazón de Castilla, donde el Duero serpentea entre páramos y encinares, la provincia de Soria despliega su manto de piedra y leyenda. Aquí, los castillos no son solo ruinas: son guardianes del tiempo, testigos de batallas, amores y pactos, y centinelas de una gastronomía que hunde sus raíces en la tierra y el aire frío de la meseta. Propongo una ruta por siete castillos sorianos, donde cada piedra narra una historia y cada parada invita a saborear la esencia de la provincia.
1.- CASTILLO DE SORIA: El faro de la capital
Justo es empezar por el castillo de la capital, que es parte de la memoria de la ciudad. Sobre el cerro que domina la ciudad, las ruinas del castillo de Soria son símbolo y memoria. Esa fortaleza existió al menos desde la Edad de Bronce un castro celtibérico pues se han descubierto restos de un asentamiento supeditado, sin duda, a la existencia de Numancia. Bartolomé de Torres, en su Topografía de la ciudad de Numancia, asegura que el castillo de esta ciudad tomó el nombre de Oria de un caballero griego llamado Dórico, capitán de los dorios, que llegó a Soria desde Acaya.
De esta noticia deducen algunos historiadores que los primeros pobladores de la actual Soria fueron los dorios. No obstante, nada a este respecto ha corroborado la arqueología y para otro grupo de expertos los primeros pobladores de Soria fueron los suevos, cuyos reyes, según Tutor y Malo en su Compendio historial de las dos Numancias, establecieron en ella una de sus cortes.
Durante la dominación árabe el castillo no pasaría de ser una simple atalaya o pequeña fortaleza que vigilaba esta zona del Duero y protegía la plaza musulmana de Medina-Soria. La construcción del castillo se atribuye al conde Fernán González, aunque Soria conquistó definitivamente a los musulmanes a comienzos del siglo XII por el rey aragonés Alfonso I el Batallador casado con la reina leonesa Urraca I.
El mapa de Francisco Coello explica muy bien el perímetros amurallado de la ciudad. Durante la Guerra de la Independencia, el mariscal Michel Ney permanecerá en la provincia Soria hasta 1812. Los franceses abandonan Soria tras atrincherarse en el castillo el 17 de septiembre de 1812.
El castillo fue destruido en el siglo XIX, pero aún se conservan la torre del homenaje y parte de las murallas, desde donde se contempla la ciudad y el Duero, inmortalizados por Antonio Machado en sus versos. Alojarse en el Parador construido junto al parque es casi una obligación.
2.- CASTILLO DE GORMAZ: la fortaleza infinita
Al llegar a Gormaz, el viajero queda sobrecogido por la magnitud de su castillo, la mayor fortaleza califal de Europa, levantada en el año 956 por los árabes. Sus 1.200 metros de perímetro y 26 torres dominan la llanura, como si el tiempo se hubiera detenido en la frontera entre dos mundos. Aquí, el Cid fue alcaide y la historia se escribe en cada torreón y en el eco del viento que recorre sus murallas.
En los alrededores, la gastronomía es recia y noble: cordero asado al horno de leña, embutidos curados por el aire seco y los afamados torreznos, crujientes y dorados, que acompañan el pan de hogaza y el vino de la Ribera del Duero.
3.- CASTILLO DE BERLANGA DE DUERO: entre la leyenda y el arte
Berlanga de Duero es una villa detenida en el Siglo de Oro, abrazada por su castillo renacentista que se eleva sobre un promontorio rocoso. La fortaleza, construida en el siglo XV sobre restos anteriores, fue baluarte frente a los ataques musulmanes y, más tarde, símbolo del poder de los duques de Frías. Sus muros, de aspecto ciclópeo, guardan secretos de asedios y pactos, y desde sus almenas se contempla la colegiata y el caserío, como un cuadro vivo de la Castilla profunda.
La cocina berlanguense ofrece migas pastoriles, caldereta de cordero y dulces como las yemas y las costradas, sin olvidar los vinos jóvenes y la mantequilla soriana, con Denominación de Origen. No hay que olvidar los Lagartos de la plaza mayor del pueblo
4.- CASTILLO DE CARACENA: la fortaleza olvidada
En un recodo del río Caracena, sobre un risco que desafía al abismo, se alza el castillo homónimo, testigo de luchas entre los Reyes Católicos y escenario de leyendas de caballeros y traiciones. Datado en el siglo XII, conserva su doble recinto amurallado y un foso artificial, vestigios de un pasado de frontera y resistencia.
Caracena es tierra de setas y trufas, de guisos de caza y de quesos artesanos. En otoño, los níscalos y boletus llenan los platos, y la trufa negra soriana perfuma los fogones de la comarca.
5.- CASTILLO DE ALMENAR: vigía del campo
El castillo de Almenar, construido en el siglo XV, se yergue sobre una colina que domina el valle. Su planta cuadrada y sus torres circulares evocan la transición del medievo a la modernidad, cuando las armas de fuego empezaban a cambiar la guerra. Fue residencia señorial y refugio en tiempos convulsos, y hoy sus muros invitan al sosiego y la contemplación de los campos de cereal y girasol.
En Almenar, la gastronomía se nutre de productos de la tierra: legumbres, caza menor y, cómo no, los embutidos sorianos, que encuentran en el clima el aliado perfecto para su curación. El pan de pueblo y la miel de brezo completan la mesa.
6.- CASTILLO DE UCERO: puerta del Cañón
A la entrada del Parque Natural del Cañón del Río Lobos, el castillo de Ucero se alza como centinela de la naturaleza y la historia. Sus orígenes se remontan al siglo XII, aunque fue reformado en épocas posteriores. Fue enclave templario y refugio de eremitas, y desde su torre del homenaje se divisa el serpenteo del río entre cañones y bosques de sabina.
La zona es famosa por sus platos de cordero y cabrito, asados con tomillo y romero, y por las truchas del río, que se preparan al horno o en escabeche. La repostería local, sencilla y deliciosa, ofrece rosquillas y mantecados.
7.- CASTILLO DE ARCOS DE JALÓN: la frontera del sur
En el extremo sur de la provincia, el castillo de Arcos de Jalón domina el valle desde su peña. De origen musulmán, fue ampliado en los siglos posteriores y jugó un papel clave en la defensa de la frontera con Aragón y Castilla. Sus muros, restaurados, permiten imaginar la vida de los soldados y las intrigas de frontera.
La cocina local es un crisol de influencias: ternasco, migas, guisos de legumbres y setas, y dulces como las tortas de aceite. Los vinos de la cercana Ribera del Jalón acompañan a la perfección cualquier comida.
La capital soriana es un festín para los sentidos: torreznos, mantequilla con D.O.P., sopas de ajo con trufa, embutidos y dulces como la tarta costrada. La oferta gastronómica se enriquece con la creatividad de sus restaurantes, donde tradición e innovación se dan la mano.
Por eso, recorrer los castillos de Soria es adentrarse en la historia viva de Castilla, sentir el pulso de la frontera y la paz del campo, descubrir la poesía de sus paisajes y la autenticidad de su gente. Cada fortaleza es una invitación a perderse en sus leyendas y a encontrarse en una mesa donde el tiempo se detiene.

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