RUTA POR EL VALL DEL CORB

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Hay destinos que a la hora de viajar nos permite parar el tiempo y cargar las baterías de nuestra energía interior. No es una cuestión de distancia, o de dinero. Es simplemente, una manera de asimilar la fuerza de un territorio.

Eso el lo que ocurre cuando viajamos al Vall del Corb en la provincia de Lleida con nuestro propio coche. Hay un encanto muy especial: surge un al conducir por estas reviradas carreteras entre las paredes piedra seca, los viñedos, los trigales, olivos y los parajes que nacen en torno al río Corb.

Una simple línea azul en un mapa guarda un montón de sorpresas.

El recorrido del río Corb es rebelde con la administración. Sus aguas cruzan la Conca del Barberá, el Urgell y las Garriges, comarcas rurales todas ellas repletos de pueblos con encanto como Belianes, Vallbona de les Monges, Nalec y Verdú, que son el comienzo de la ruta oeste. Pero, ante todo, es un sitio para conducir sin prisas. Para rayar en el mapa esas ruinas a que debemos volver en primavera o pedir una tarjeta en un restaurante para recomendarlo a los que miden los sabores por la calidad y no por las facturas.

Entre las cosas únicas del emplazamiento del valle destaca sus muestras de arte románico, que dan a esta senda el calificativo de ruta del Císter. La marinada, el viento lejano del mar, sea quizás clave para dar el sabor único a sus vinos ancestrales, hechos con el conocimiento y la tradición de familias dedicadas a la viña desde tiempos inmemoriales y a sus aceites, mieles y verduras, que abren nuestro paladar a una gastronomía con personalidad, sabor y autenticidad.

Belianes es un punto de partida perfecto. Su historia es muy rica, ya que en sus términos hay hallazgos arqueológicos de varios asentamientos de diferentes culturas desde la prehistoria, pasando por un pasado romano, visigodo y musulmán, así como huellas románicas, góticas o renacentistas, como lo demuestra su ayuntamiento gótico renacentista, sus masías, su iglesia parroquial o su museo del Aceite.

De este último tomen buena nota de su pa amb tomaquet o el desayuno popular de pinchos, arenques y aceitunas. Mucho mejor si los probamos en diciembre (primeros de mes) donde se explayan gracias a su fiesta y feria del aceite. Ojo a lo peculiar de su concurso de lanzamiento de hueso de aceituna.

Desde aquí bajamos a Vallbona de les Monges. Antes de entrar casi olemos sus pastelitos hechos con primor y dedicación. Santa María de Vallbona de las Monges es una joya oculta de la ruta del Císter y es el único monasterio femenino de la ruta. Pequeña y preciosa construcción que estuvo en uso monacal más de 850 años y de la que hoy podemos visitar y contemplar sus magníficos cimborrios, su ornamentación escultórica románica y gótica y pasear por su claustro con sus galerias románica, gótica y árabe. ¿Puede uno imaginarse paz mayor?

Además podemos hospedarnos allí y descansar con mucho mimo y sin prisas. Por supuesto, en esta parada el pueblo también merece una andadura. Sus calles de piedra son bonitas y curiosas como demuestra el Rocafort de Vallbona. Otras actividades interesantes son el paseo por sus pinares y carrasqueras o la degustación de su aceite con denominación propia, garragués, en, por citar un lugar, la cooperativa L’Olivera. Y no, nos olvidamos su vino denominación Costers del Segre, que tiene en el Valle una Subzona muy peculiar.

No podemos dejar Vallbona de les Monges sin parar en el restaurante El Tallat (Raval del Tallat, 79) y darnos un festín de cocina casera mediterránea. Es, de hecho, una cita obligada en la ruta del Císter gracias sus carnes a la brasa, su Calçotada y otras típicas recetas catalanas. Todo es auténtico aquí, y su precio ajustado y el buen trato hacen el resto.

Y rematar la visita con un aspecto cultural hasta cierto punto inesperado, el museo del cine Josep María Queraltó, uno de los mayores coleccionistas de material cinematográfico a nivel europeo. Su colección ha sido creada durante 40 años de trabajo y el resultado es un verdadero sueño para todo aficionado al cine. Hasta 20.000 piezas en total entre artefactos, memorabilia y objetos componen este original museo cinematográfico.

Nalec es un pueblo para recorrer por dentro y por fuera, ya que, ubicado sobre una colina y con el río cerca, no sólo podemos descubrir su centro sino pasear por sus cultivos de secano y campos frutales en torno al Corb. Muchos rincones verdes y espesos, con hallazgos como el salto de agua de la Pexeira.

Entre sus calles hay que destacar la parte antigua y la iglesia barroca de Santiago, o la fuente de amigos de Nalec, que conserva parte del antiguo molino de aceite. La mejor época para acercarse a Nalec es en julio, cuando tiene lugar su fiesta mayor (25 de julio) y donde podremos disfrutar del baile de las horcas, una tradición del valle , realizada con vestimentas tradicionales.

Algo parecido sucede en Verdú es el último punto de esta primera sugerencia para adentrarse en el valle del Corb, pero no por esto la menos interesante. Sólo probar su vino es una buena razón para descansar aquí, además de conocer su aire solemne y relajante que nos invade al descubrir sus calles y edificios: la iglesia parroquial de Sant María, la muralla, el castillo de Verdú o alguno de sus ceramistas que todavía mueven el torno para elaborar esas piezas de cerámica negra tan cotizadas.

Para lo que viene siendo el regocijo del paladar , los vinos de Casa Pardet o Celler Cercavins son buenas opciones, aunque para bodega familiar la mejor visita quizá sea la de las bodegas Boldú.

La casa rural Ca n’Aleix no solucionará todo el tema del alojamiento en Verdú, y si apuramos, en toda la ruta. Ubicada en el Carrer Arquebisbe Terés, 10, se trata de un alojamiento de decoración rural y tradicional que nos ayudará sin duda a entrar en ambiente en todo lo que respecta a la cultura catalana del lugar. Una casa del siglo XI que -atención- perteneció a la familia del general Prim, pero perfectamente reformada. Ofrece dos habitaciones de matrimonio y una capacidad total de ocho personas, naturalmente con todos los servicios, utensilios y comodidades.

Otras curiosidades del pueblo son sus sellons o su museo de juguetes y autómatas, con 1.000 piezas para pasar un buen rato. Y si aún nos queda tiempo para estirar las piernas podemos reproducir los pasos de los feriantes por la antigua ruta de los comerciantes que unía los pueblos aledaños o acercarnos hasta la ermita de San Miguel del siglo XIV. Quizá incluso podamos llegar hasta la época de los íberos en el asentamiento de los Estinclells.

Para muchos, la verdadera joya del valle de Guimerá es sentarse sobre las ruinas del castillo y ver como el rio perfila las callejuelas de la parte baja del pueblo mientras que el párroco de Santa Maria cierra la puerta de la iglesia. Comer en Cal Moretes y comprar unos litros de aceite es parte del ritural antes de subir hacia Santa Maria de Queralt… Habrá que volver en primavera.

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