Carrera Paris – Madrid, la historia se mueve de otra forma
Dos capitales, una ruta y un coche son elementos básicos para una experiencia diferente. Por eso hay cosas necesarias para disfrutar de la vida y los franceses lo saben. La carrera entre Paris y Madrid, de 1903, que nunca llegó a finalizarse es una buena excusa para recuperar el placer de viajar con poco equipaje y con ganas de disfrutar.
Esta carrera de coches fue ideada en un periodo en el que las carreras se hicieron extremadamente populares en Francia. Pero la que aquí nos ocupa se hizo famosa por sus accidentes, tanto que acabó siendo prohibida en aquella mítica primera edición de primeros del siglo XX.
Aquella prueba estaba dividida en tres etapas (París Versalles-Angulema Angulema-Pamplona y Pamplona-Madrid), esta competición impulsada originalmente por el juerguista rey Alfonso XIII supuso un verdadero empujón al mundo del motor.
Realmente, la idea estaba pensada al alimón por el Automobile Club de France y el Automóvil Club de España, esta unión de países no obtuvo el resultado esperado. A lo largo de sus más de 1.300 kilómetros de longitud, este show mayúsculo fue a ojos actuales tan pintoresco como podríamos esperar, pero ciertamente también demostró ser una prueba más peligrosa de lo debido
Ahora, la sensación es muy distinta. Vinos en Burdeos, Castillos en el Duero, un pequeño hotel en Tours o una sesión de Pintxos en San Sebastian son compatibles con el deportivo biplaza de Alpine, el modelo surgió en los 60 para llevar a la firma a lo más alto de los podium en competición. Así lo hizo, pero el tiempo no pasa en balde y pese a la etiqueta de clásico, se hacía necesaria una renovación como la que la firma acaba de presentar.
El nuevo Alpine, con sus más de 250 caballos y lo mejor en equipamiento y seguridad, sigue regalando sensaciones fuertes en el asfalto, pero sería capaz de resistir la prueba que nos ocupa. Viejo o joven, la jubilación no es una opción para clásicos como el Alpine, y qué mejor manera de poner a prueba el pequeño deportivo que con una competición mítica como la París-Madrid.
Aquí la carrera no pudo acabarse… Atropellos mortales a personas y ganado y, naturalmente, accidentes de todo tipo (como el que acabó con la vida de Marcel Renault, hermano del fundador de la marca) se dieron cita en la semifinal París-Madrid de 1903, una carrera de ambición épica y en la que participaron 224 vehículos, pero que demostró ser mortal. La competición acabó con la vida de nada menos que siete personas, pilotos pero también espectadores. Los heridos se contaron por decenas a ambos bandos.
El panorama sería distinto ahora, pero entonces nadie se libró de las duras condiciones de la prueba, en la que los coches estaban obligados a bajar la velocidad en los pueblos… aunque quién sabe si lo hacían.
Pero volviendo a la actualidad, lo cierto es que cualquiera de estos dos Renault, el Alpine moderno o el clásico, nos serviría para recorrer la ruta actual. En sucesivas ediciones, los coleccionistas de vehículos han reproducido la hazaña original como si de un ritual se tratase – aunque, naturalmente, sin muertos.
Cada coche salía con un minuto de diferencia y con un orden aleatorio, provocando todo tipo de salvajes adelantamientos. Lo único seguro es que los hermanos Renault que participaron aquí estarían bien orgullosos de la pequeña máquina francesa.
Lo de la primera París-Madrid era una de esas catástrofes anunciadas que nadie supo ver. Los pilotos carecían de la suficiente experiencia para una carrera de estas características, visionaria en esencia y suicida en el fondo. Una vez se hizo evidente el goteo de víctimas, el primer ministro francés Émile Combes ordenó detener la prueba y prohibir en el país galo este tipo de competiciones. Hay que tener en cuenta que en esos tiempos pretéritos, las carreteras no estaban precisamente en el mismo estado que ahora, y abundaban los caminos y pistas de arena peligrosas. El Alpine puede ahora con eso y con más.
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