El nuevo turismo de lujo: Finlandia con nieve
En una era donde el lujo ha tomado nuevos significados, la naturaleza emerge como el más auténtico y anhelado de todos. La posibilidad de desconectar del ruido cotidiano y adentrarse en paisajes inexplorados se ha convertido en el sueño de quienes buscan algo más que simples vacaciones. Durante los inviernos escandinavos, el Mar Báltico se congela y transforma en un escenario surrealista. Su banquisa, una masa de hielo que puede alcanzar un metro de espesor, flota serenamente sobre el mar, invitando a vivir aventuras extraordinarias. Este es un destino para quienes desean conectar con la esencia del planeta, lejos de las comodidades modernas.
Finlandia se ha consolidado como el lugar de referencia para estas experiencias. Sus vastas extensiones heladas, cubiertas de nieve y salpicadas por cielos mágicos, ofrecen una combinación única de paisajes remotos y servicios contemporáneos. Aunque su frío extremo puede intimidar, también representa una puerta hacia la paz y el silencio que tanto se añoran en el mundo moderno. Aquí, empresas como Greenland Adventure, una compañía de origen español, brindan a los viajeros la oportunidad de vivir como auténticos exploradores lapones, recorriendo mares y lagos helados tal como lo han hecho las comunidades locales durante siglos.
Estas travesías no son para cualquiera. Renunciar a las comodidades habituales, como un hotel confortable, una comida gourmet o una ducha caliente, es un precio que hay que pagar para experimentar el verdadero lujo de lo salvaje. Durante los recorridos, el menú incluye sopas humeantes, embutidos tradicionales y platos sencillos como pasta acompañada de salchichas de reno o bacon. Son comidas que reconfortan después de largas horas de esfuerzo físico, recordándonos que lo esencial puede ser suficiente cuando se vive en armonía con el entorno.
El propósito de estas aventuras no es solo físico, sino también espiritual y cultural. Cada día trae consigo un desafío diferente: aprender a orientarse en un desierto helado sin referencias visuales, dominar técnicas ancestrales de supervivencia o simplemente contemplar la inmensidad blanca mientras el frío talla cada instante en la memoria. Todo ello hace que la experiencia sea inolvidable y profundamente transformadora.
Uno de los recorridos más fascinantes tiene lugar en el Golfo de Botnia, una región donde el hielo y el viento dictan las reglas. La travesía comienza en Ojakila, un bosque cercano a la ciudad de Oulu. Desde allí, los expedicionarios se embarcan en un viaje de aproximadamente 150 kilómetros que se extiende a lo largo de una semana. Equipados con esquís de travesía, pieles de foca y una pulka –un pequeño trineo que carga los suministros y el equipo personal–, los viajeros cruzan el inmenso mar helado, enfrentándose a temperaturas que pueden llegar a -35 °C.
Cada día supone recorrer entre 15 y 20 kilómetros en un entorno que desafía tanto el cuerpo como la mente. El campamento se monta al final de cada jornada, ya sea sobre la misma banquisa, en refugios de pescadores o, con un poco de suerte, en un iglú improvisado. Al caer la noche, el cielo regala uno de los espectáculos más impresionantes de la naturaleza: las auroras boreales, cuya danza de luces ilumina el firmamento con tonos verdes, púrpuras y azules. Es un recordatorio de que, incluso en los lugares más inhóspitos, la belleza puede ser abrumadora.
Otro destino igualmente cautivador es el Lago Inari, situado al norte del Círculo Polar Ártico, en la región de Laponia. Este inmenso lago, el segundo más grande de Finlandia, es un lugar profundamente conectado con la cultura sami. En sus aguas heladas se encuentran más de 3.000 islas, muchas de las cuales tienen un significado histórico y espiritual. Por ejemplo, Hautuumaasaari y Ukonkivi, dos de las islas más famosas, han sido lugares sagrados para los antiguos habitantes de la zona.
La travesía por el Lago Inari cubre una distancia de 80 kilómetros y, aunque técnicamente no es compleja debido a las superficies planas, requiere una buena condición física y una mentalidad preparada para afrontar el frío extremo. Durante el día, los expedicionarios avanzan sobre el hielo, arrastrando pulkas de hasta 30 kilogramos. Al anochecer, el grupo colabora en tareas como montar tiendas, fundir nieve para obtener agua y preparar comidas que reconforten frente al descenso de las temperaturas, que pueden llegar fácilmente a los -40 °C.
Este viaje también es un tributo a las tradiciones sami y al poder de la naturaleza. La experiencia de alejarse de la orilla, adentrarse en la inmensidad helada y pasar noches bajo un cielo tachonado de estrellas crea una conexión íntima con un mundo que parece ajeno al bullicio moderno. Las auroras boreales, si la suerte acompaña, convierten estas noches en algo mágico e inolvidable.
Lo más valioso de estas travesías no son las habilidades adquiridas, sino las emociones vividas. Experimentar el silencio absoluto, enfrentarse a las inclemencias del frío y trabajar en equipo para superar cada jornada son experiencias que transforman a quienes las viven. La llegada al destino final, como Kemi en el caso del Golfo de Botnia, representa no solo el fin del viaje, sino el comienzo de una nueva perspectiva sobre el mundo y sobre uno mismo.
En última instancia, estas travesías son un recordatorio de que el lujo no reside en lo material, sino en las experiencias que nos conectan con lo esencial. En el corazón del Ártico, bajo cielos infinitos y rodeados de paisajes inmaculados, los viajeros descubren una verdad simple pero poderosa: la naturaleza, en toda su crudeza y belleza, es el mayor tesoro que podemos encontrar.
Si el frío es un reto, también es un regalo. Y en estas tierras remotas, ese regalo se vive intensamente, dejando huellas que permanecerán mucho después de que el hielo se haya derretido.
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