Túnez, la ruta de los Ksour
Cuando el sol se asoma por encima de las dunas, los camellos ya hace tiempo que están preparados. Nos esperan pacientemente. Esperamos ver amanecer en el poblado bereber de Douiret. Cuando el sol se eleva sobre el abismo de aridez que se extiende a nuestros pies en un espectáculo de soledad y belleza difícil de describir.
Estamos en lo que los tunecinos conocen como el Gran Sur, una enorme región de 90.000 kms cuadrados que se extiende al sur de Gafsa y que representa másde la mitad de Túnez. Es un desierto al sur de otro desierto: el que forma el gran lago salado de Chott el-Jerid, con sus solitarios y extraños paisajes llenos de espejismos y que cruzaremos más adelante, en una travesía que nos llevará a otro tipo de paisajes, también desérticos, los oasis de montaña, presididos por la ciudad de Tozeur.
Tras desayunar con los bereberes que nos han acompañado en el madrugón, seguimos el camino por la llamada ruta de los Ksour. Los kilómetros se suceden lenta pero placenteramente entre las dunas y los ergs, sabiendo que vamos seguros, porque el Sahara tunecino es uno de los grandes espacios más seguros del planeta para experimentar esa sensación de libertad que sólo se puede sentir en el desierto.
En las primeras etapas, el hilo conductor de nuestro viaje son las originales construcciones que caracterizan la región: son los «ksour«(en singular ksar). Ya la tarde anterior vimos uno en nuestro camino desde la isla de Djerba en la que aterrizamos y alquilamos el 4×4. Era el Ksar Haddada, convertido en un peculiar hotel que ha respetado los rasgos básicos de esta arquitectura del desierto que se asemeja a enormes castillos de arena.
Cuando los árabes llegaron a estas áridas regiones al sur del gran lago salado, los bereberes se refugiaron hacia el sur y se construyeron sus poblados en las cimas inaccesibles, mientras que las tribus árabes y nómadas se instalaban en la llanura para asegurar los pastos a sus ganados. La inseguridad llevó a los bereberes a guardar sus cosechas en graneros fortificados, los ksour (en singular ksar), hechos a base de celdas abovedadas (las ghorfas) de 4 a 5 metros de profundidad y 2 m de alto que servían de silos.
El ksar tenía también una gran sala abovedada a la entrada, la Skirfa, donde se celebraba el consejo de la tribu y se decidía la estrategia defensiva de la tribu contra las agresiones externas, se planifican las actividades comerciales y se hablaba sobre la educación religiosa de los niños. Los ksour más grandes contaban con una almazara, pozos y cisternas de agua.
Los ksour, conocidos como los castillos del desierto, son un símbolo de la civilización bereber y de la adaptación del hombre a una naturaleza inhóspita. Son monumentos que se integran en una tradición urbana que va desde el norte de Libia al sur del Atlas Marroquí. La mayor concentración de ksours se encuentran en el sureste de Túnez, en particular en los alrededores de Medenine y Tataouine donde hay más de150. Algunos de ellos han sido reformados y constituyen una alojamiento alternativo en una ruta insólita por el desierto.
Los de Oulet Soltane y Ksar Ezzahara nos permiten descubrir la autenticidad de estos bellos graneros fortificados que algunos llaman los palacios del desierto y que son el principal rasgo identificativo de este paisaje de transición al desierto. El primero suele ser utilizado para espectáculos al aire libre, el segundo es un lugar mágico, donde los viejos juegan a un juego parecido a las tres en raya a la sombra de sus paredes y apartan a los niños que se acercan a curiosear…
Más solitario es el Ksar Mrabtia, donde sus habitantes parecen haber salido corriendo y en sus dependencias todavía se encuentran resto del material de trabajo. El molino de aceite y sus vasijas quedan allí como testimonio de una actividad que puede volver a realizarse…
Por eso un grupo de jóvenes ha adquirido el Ksar de Halouf. Aquí todavía el camello ayuda a mover la gran piedra que muele la aceituna pero a menos de cincuenta metros una construcción primorosamente pintada de rosa sirve de alojamiento para los que se acercan por allí. En su interior la cocina funciona con fluidez y las charlas en torno al obligado té con menta se repiten después de una dura caminata, desde el oasis cercano.
Algunos eligen Tataouine como punto de partida para otras excursiones, esta vez a los impresionantes pueblos trogloditas Douiret o Chenini, con habitaciones excavadas a más de diez metros de profundidad que ya sirvieron de refugio a los primitivos cristianos. En la pintoresca plaza con soportales de Tataouine se está celebrando el mercado cuando llegamos. Es fácil mezclarse con la gente y curiosear entre los vendedores de artesanía y de productos de uso cotidiano que reflejan el espíritu de esta región desértica donde los bereberes han conservado sus tradiciones y su artesanía.
Hacia el oeste, Matmata es la siguiente parada. La población que fue famosa por servir de escenario para la Guerra de las Galaxias, está a mitad del camino hacia Douz, un turístico lugar conocido como la Puerta del Desierto, en la que cada dos años se celebra el curioso Marathon de dromedarios que congrega a las diferentes tribus del desierto tunecino, argelino, marroquí y libio. Es un gran encuentro de gentes y animales que se celebra a lo grande.
Douz es la ciudad del desierto que todos hemos imaginado alguna vez, con su aspecto tosco, su mercado de animales y enseres domésticos sus hombres cubiertos de arriba a abajo, su artesanía de piel de dromedario, sus joyas bereberes y dedicado a la cría de galgos del desierto.
La calle principal del pueblo termina en dos plazas cuadradas, donde cada jueves se celebra un mercado de camellos, mantas y especies. Douz es el punto de donde parten los safaris saharianos y se ha convertido en un animado centro turístico, con varios hoteles de lujo entre ellos uno español. En sus alrededores los turistas pasean a camello por las dunas de arena a la puesta del sol. Aprovechamos para darnos el placer de dormir en un buen hotel, ducharnos a gusto y cenar opíparamente para adentrarnos al día siguiente por este otro desierto del oeste tunecino.
Desde Tozeur, bordeando el Chott el Rharsa, hacia el noroeste se abre ante nosotros otro paisaje diferente, sin dejar el aire del desierto. Es el País de las Palmeras, una región de tránsito en la que aparecen extraños oasis verdes encaramados en las cimas de las montañas. Tozeur es la ciudad más importante de esta zona. Recogida alrededor de la plaza del mercado resulta una ciudad singular por su arquitectura, con casas y callejuelas abovedadas y fachadas decoradas con una original disposición de los ladrillos formando dibujos geométricos. A poco más de una hora de coche finalizamos nuestra ruta en sus joyas turísticas, los oasis de montaña Chebika, Tamerza y Mides.
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