PARAR, COMER Y SEGUIR

Categories: Gastronomía1038 words5,5 min read

La carretera sigue siendo un campo de prueba  para  comer de un modo efectivo, rápido y sano… Aquí tenemos unas direcciones donde la relación precio-calidad es óptima. Un viajero  satisfecho es más seguro en carretera.  Ánimo. 

1.- Bar Marcial (Villacastín, Segovia)

En la meseta castellana, donde el viento recorre los campos de cereal y la carretera se estira sin fin, el Bar Marcial es un refugio para el viajero y el camionero, un alto en el camino donde el tiempo se detiene. Su fachada discreta esconde un salón bullicioso, donde el aroma a guiso casero y pan recién horneado recibe al visitante. Aquí, la cocina es generosa y sin artificio, con un menú diario que cambia al ritmo de las estaciones y las manos sabias de las cocineras.  Los catorce euros mejor invertidos de la N-VI, que además se cruza con la N-110.

Los que van con prisa saben que su oreja rebozada y sus torreznos son dignos de cualquier guía de carretera. Entre los imprescindibles, destacan las croquetas caseras de jamón, cremosas y doradas, y el arroz caldoso, que reconforta el cuerpo en los días fríos. El cordero asado, jugoso y con la piel crujiente, es homenaje a la tradición segoviana, y el flan de huevo o la cuajada con miel ponen el broche dulce a la comida. El servicio es rápido y atento, incluso en los días de mayor ajetreo, y el ambiente mezcla el bullicio de los habituales con la sorpresa de los forasteros. El Bar Marcial es ese lugar donde uno se siente en casa, aunque esté de paso, y donde la sencillez se convierte en virtud.

 

2.-Venta La Pintada (Gargallo, Teruel)

En el cruce de caminos que une el Maestrazgo con la llanura turolense, la Venta La Pintada es un clásico de la carretera, un edificio de piedra y teja roja que ha visto pasar generaciones de viajeros, moteros y camioneros. El comedor, amplio y luminoso, guarda la esencia de las antiguas ventas: sencillez, hospitalidad y una cocina sin pretensiones, pero honesta.

El menú, asequible y contundente, ofrece platos como los canalones caseros, las judías estofadas y el ternasco al horno, que llenan de aromas la sala. Las migas, cuando las hay, son un festín de pan, ajo y chorizo, y los postres caseros, como el arroz con leche, evocan la cocina de las abuelas. El trato es cercano y familiar, y aunque el bullicio de los grupos pueda llenar el aire, siempre hay una sonrisa tras la barra. La Venta La Pintada es memoria viva de la carretera, un lugar donde el viajero encuentra calor y alimento antes de seguir su ruta por las tierras de Teruel.

 

3.- Bar Moncayo (Borja, Zaragoza)

A la sombra del Moncayo, en la tierra del vino y el cierzo, el Bar Moncayo de Borja es parada obligada para quienes buscan el sabor auténtico de Aragón. Su ambiente es rústico y acogedor, con mesas de madera y paredes que cuentan historias de cazadores y vendimiadores. La carta es un homenaje a la cocina aragonesa: migas a la pastora con setas de temporada, revueltos de setas, pimientos rellenos y judías blancas con pata de cerdo. Gente de toda la vida, que ayuda  al que pide un favor  y saben que la carretera es un punto de encuentro… Gran lugar. 

Pero la estrella indiscutible es el chuletón a la brasa, servido en su punto y acompañado de patatas panadera y pimientos asados. Los vinos del Campo de Borja acompañan cada bocado, y el postre, una tarta de queso casera, pone el punto final a la experiencia. El Bar Moncayo es un templo de la tradición, donde la comida se disfruta sin prisas y el paisaje del Moncayo se cuela por las ventanas, recordando al comensal la grandeza de la tierra aragonesa.

 

4.- Los Cuatro Bolos (Huerta del Rey, Burgos)

En el corazón de la Sierra de la Demanda, Los Cuatro Bolos es mucho más que un bar de carretera: es un santuario gastronómico donde la cocina burgalesa alcanza su máxima expresión. El comedor, cálido y luminoso, invita a la conversación y al disfrute pausado aunque suele estar muy concurrido. 

 Entre los platos más celebrados, la merluza rellena sorprende por su delicadeza, el solomillo se deshace en la boca y el lechazo asado, cocinado a fuego lento, es pura poesía culinaria. La paella, generosa y rebosante de sabor, es perfecta para compartir en familia o con amigos. 

El trato es atento y profesional, y la carta de vinos ofrece referencias de la Ribera del Duero y la Rioja. Los Cuatro Bolos es ese lugar donde la carretera se convierte en destino, y donde cada comida es una celebración de los productos de la tierra y el buen hacer de sus gentes.

 

5.- Casa Lucio (Barco de Ávila, Ávila)

En la villa de El Barco de Ávila, con el Tormes bajando impetuoso y las montañas como telón de fondo, Casa Lucio es un templo de la cocina castellana. Regido por la misma familia desde 1950, el restaurante destila tradición y calidez en cada rincón. El ambiente es acogedor y familiar, con una decoración que honra la historia y la cultura local. Las judías del Barco de Ávila, famosas por su textura mantecosa, son el plato estrella: cocidas a fuego lento y servidas con compango, son pura esencia de la tierra. 

Las patatas revolconas, con su crujiente de torreznos, evocan la cocina de antaño, y las carrilleras de ternera, melosas y sabrosas, son una caricia para el paladar. El chuletón, jugoso y tierno, es un homenaje a las carnes de la sierra, y los postres caseros, como la tarta de queso o la cuajada, cierran la experiencia con dulzura. Casa Lucio es mucho más que un restaurante: es un hogar donde cada plato cuenta una historia y cada visita se convierte en un recuerdo imborrable.  Lo dicho… paseo por el puente,  subida a la plaza. Puntualidad y un buen plato de alubias.  Merece la pena.

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