TRAS LAS HUELLAS DEL FILIBUSTERO
Un viaje a los antiguos refugios de piratas en España
Por los acantilados donde rompen las olas con furia, por calas escondidas y fortalezas de piedra mordida por el salitre, aún resuena el eco de viejas historias. En este viaje por el litoral español, la brújula apunta hacia el pasado: una ruta por enclaves donde los piratas hallaron refugio, poder, riqueza y a veces, la redención. Las leyendas no están tan enterradas como parece; solo hay que saber dónde buscar.
Ha sido una travesía en el tiempo, una navegación entre leyendas que aún flotan sobre las aguas de España. Donde hubo piratas, hoy hay faros. Donde hubo cañones, hoy hay cocinas. Pero si escuchas bien, entre los silbidos del viento y el rompiente del mar, puede que aún oigas la voz de un capitán de barco maldito, o el grito de un vigía que avista una vela sospechosa. Los piratas se han ido, pero su sombra navega.
1.- Tabarca, la isla que fue refugio y prisión
Frente a la costa de Alicante, en el azul profundo del Mediterráneo, reposa Tabarca. Pequeña, plana y de belleza áspera, esta isla fue durante siglos un escondite estratégico para piratas berberiscos que asolaban la costa levantina. Desde aquí, se lanzaban a incursiones relámpago: saqueaban, raptaban, y desaparecían con el mismo sigilo.
Pero Tabarca no solo fue guarida de forajidos. En el siglo XVIII, Carlos III decidió transformar su historia: la repobló con familias genovesas rescatadas de Túnez donde también habían estado presos de los piratas – y fortificó la isla con murallas, – baterías defensivas y una iglesia, la de San Pedro y San Pablo, que aún se alza entre calles silenciosas.
Para muchos es una excursión de un día, y no hay mejor manera de saborear la historia que con un caldero tabarquino, un arroz meloso cocinado con pescado de roca, servido frente al mar en alguna terraza que deja sentir la brisa que un día trajo corsarios.
2.- Las Islas Cíes: el escondite secreto del Atlántico
Cambiamos de costa, al noroeste gallego. Las Islas Cíes, parte del Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas, hoy son un paraíso virgen. Pero siglos atrás, eran otra cosa: refugio natural de piratas normandos, corsarios británicos y aventureros que recorrían la costa gallega en busca de botín.
Las nieblas, los acantilados afilados y las ensenadas ocultas ofrecían cobijo perfecto. En particular, el canal entre las islas Monteagudo y Faro eran, ideales para esconderse y observar el tráfico marítimo hacia Vigo o Pontevedra.
Un lugar único, con muchas cosas que hacer. Camina hasta el faro de Cíes mientras imaginas las velas de una goleta corsaria fundiéndose en la bruma. En la playa de Rodas, hoy considerada una de las más bellas del mundo, uno puede pensar que la naturaleza decidió conservar intacto aquel escenario de huidas y contrabando.
3.- Cadaqués y la Costa Brava: mar, arte… y saqueos
Pintoresca, artística, blanca bajo el sol de la Costa Brava, Cadaqués parece hoy un remanso de inspiración. Pero en el siglo XVI, era uno de los puntos más saqueados por corsarios otomanos y piratas berberiscos. La población, indefensa, se refugiaba en torres de vigilancia mientras las embarcaciones moriscas desembarcaban buscando esclavos y botín.
Hoy quedan torres vigías dispersas, como la de Sant Jaume, y nombres de lugares que recuerdan aquellos días turbulentos. Incluso Salvador Dalí, vecino ilustre del cercano Portlligat, hacía referencia a las leyendas del mar en sus obras, como si el surrealismo hallara raíces en aquellos tiempos salvajes.
La creatividad de la cocina catalana tiene aquí buenos referentes. El “suquet de peix”, un guiso de pescado tradicional sabe a mar profundo y a memoria. Sentarse en una taberna frente al puerto mientras el viento de tramontana sopla es viajar sin moverse.
4.- La Albufera de Valencia: contrabando entre arrozales
Aunque el nombre evoca arrozales tranquilos y puestas de sol doradas, la Albufera valenciana fue durante siglos escenario de tráfico ilícito, donde piratas del interior comerciaban con mercancías robadas, protegidos por las aguas someras del lago y la complicidad de quienes vivían de la pesca y el arroz.
Los canales y barracas – casas tradicionales – guardan sus secretos. Algunos estudiosos afirman que incluso hubo enlaces entre contrabandistas y corsarios del norte de África, que intercambiaban vino, pólvora y armas.
Entre relato y fotografía siempre surge el hambre. El plato rey es, por supuesto, la auténtica paella valenciana. Pero si quieres sentirte un poco fuera de la ley, prueba el Allipebre de anguila, una receta poderosa que evoca el espíritu de los viejos pescadores.
5.- Sanlúcar de Barrameda y la desembocadura del Guadalquivir
Sanlúcar fue durante siglos un punto estratégico de entrada y salida hacia las Américas. Pero también fue un enclave frecuentado por corsarios al servicio de la corona y piratas disfrazados de comerciantes. Desde aquí, partían expediciones legales e ilegales, y también se repartían tesoros traídos del Caribe.
En Bajo de Guía, hoy plagado de tabernas marineras, aún resuenan los ecos de los navíos cargados de caña, cacao y contrabando. Y en las dunas de Doñana, no son pocos los que afirman haber encontrado restos de naufragios y monedas ocultas.
Un cargamento de tortillitas de camarones y el langostino de Sanlúcar, regados con manzanilla fría, son casi patrimonio nacional. No es difícil imaginar a antiguos marineros celebrando un buen botín con estas mismas delicias.
6.- Menorca: la isla codiciada
Menorca fue durante siglos codiciada por todas las potencias navales. En el siglo XVIII, los británicos la convirtieron en base naval, pero antes y después, piratas de todos los rincones del Mediterráneo la utilizaron como escondite. La Cala de Binigaus, la de Macarella o los alrededores de Ciutadella fueron escenarios de desembarcos y saqueos.
La enorme Fortaleza de La Mola, construida en el siglo XIX, es un intento tardío por proteger una isla que ya había visto demasiados barcos indeseados en sus costas. Algunos pueblos aún cuentan con leyendas de botines enterrados y túneles secretos que conectan cuevas con el mar.
La caldereta de langosta es el tesoro gastronómico de la isla. En Fornells, puedes probar una versión que, se dice, alimentaba a nobles y a filibusteros por igual.
Este viaje no ha sido solo geográfico. Porque los piratas se han ido, sí. Pero sus sombras todavía navegan.