RUTA POR LAS VILLAS AMURALLADAS
PUEBLOS AMURALLADOS PARA SENTIR LA FUERZA DE LA HISTORIA
Estas cuatro villas amuralladas de Álava –Peñacerrada, Laguardia, Labraza y Antoñana– permiten diseñar una ruta circular perfecta para hacer en coche o en moto, enlazando patrimonio defensivo, paisajes cambiantes y una forma muy pausada de viajar. En pocas decenas de kilómetros se encadenan puertas fortificadas, murallas completas, cascos históricos compactos y panorámicas de viñedos y montes que convierten el trayecto en un pequeño viaje medieval. Por supuesto, también hay buena comida, porque aquí la tierra es generosa y el arte de cocina se transmite entre amigos y familias.
Una ruta circular de murallas
El viaje puede arrancar en cualquier punto, pero resulta cómodo dibujar un círculo que una Laguardia y la Rioja Alavesa con las montañas interiores donde se asientan Peñacerrada y Antoñana, para rematar en la acrópolis de Labraza. La distancia entre pueblos es corta, lo que invita a alternar conducción lenta, paradas frecuentes y paseos por cascos históricos peatonales donde el tiempo parece haberse detenido.
En cada una de estas villas el viajero se enfrenta al mismo gesto: aparcar fuera o junto al perímetro defensivo, cruzar una puerta o portón medieval y dejar atrás el ruido del motor para caminar por calles estrechas, alineadas sobre el trazado que dibujaron, hace siglos, las necesidades militares y comerciales. El resultado es un viaje muy táctil y visual, en el que los lienzos de piedra cuentan historias de fronteras, reinos, guerras carlistas, comerciantes y campesinos que encontraron tras las murallas un lugar más seguro para vivir.
Peñacerrada: puerta y muralla de montaña

Peñacerrada-Urizaharra se presenta como una villa de origen medieval, situada en un cruce de caminos de la Montaña Alavesa, donde la muralla aún abraza el casco histórico y marca con claridad el límite entre el pueblo antiguo y los crecimientos posteriores. El acceso más emblemático es la llamada Puerta Sur o Portal Sur, un arco apuntado flanqueado por dos grandes torreones que recuerda al viajero que está entrando en una villa que fue bien defendida y que hoy está reconocida como Bien Cultural, Conjunto Monumental, dentro del patrimonio vasco.
Desde fuera, el conjunto sorprende por la contundencia de sus cubos defensivos y por la forma en que los paños de muralla se adaptan al relieve, generando un paseo de ronda que se ha restaurado en parte y que permite imaginar a los antiguos guardianes vigilando el entorno. Una vez dentro, las plazas y casas históricas –como la antigua Casa Consistorial, la casa cural o la residencia de los duques de Híjar– muestran que, más allá del carácter militar, Peñacerrada fue también un pequeño centro de poder civil, religioso y económico, con una iglesia de la Asunción que luce una notable torre barroca de sillería.

Para el viajero en coche o moto, Peñacerrada funciona casi como una puerta de entrada a este universo de villas fortificadas: la visita es relativamente corta, el perímetro es muy legible y la sensación de “pueblo amurallado” es inmediata. Es un buen lugar para hacer la primera parada del día, tomar un café en la plaza, recorrer el Portal Sur con calma y asomarse a los restos de muralla y al paseo de ronda antes de volver a la carretera en dirección a los viñedos de Rioja Alavesa. El Museo Etnográfico al Aire Libre de Peñacerrada-Urizaharra, hoy podemos hacer el recorrido histórico a través de unas 200 herramientas, una interesante colección de trillos, empacadoras, motores, etc. muy significativos que dan cuenta del mundo de la agricultura y la ganadería y de la transición de las labores manuales a la mecanización agrícola.
A la hora de comer, la para obligada es en el Toloño que siempre es cotizada por tener una terraza maravillosa sobre los campos de labor, que todavía guardan el recuerdo de los días de siega y trilla. Para dormir, la opción de ERROTA, es perfecta. Es un molino construido en 1778 y rehabilitado como alojamiento manteniendo en la planta baja el molino y la panadería artesanal. El molino es movido por el agua de un manantial que fluye delante de la casa.Perfecto.
Laguardia: murallas entre viñedos

Laguardia, capital de la Rioja Alavesa, es la más conocida de estas villas y combina como pocas un casco histórico amurallado con una intensa vida ligada al vino. El pueblo se alza sobre una colina, rodeado por viñedos, y conserva un trazado medieval de tres calles principales estrechas y alargadas, conectadas por callejas y plazas, que sigue prácticamente intacto desde su fundación en la Alta Edad Media.
Las murallas y torres que ciñen Laguardia recuerdan que, durante siglos, la villa tuvo un papel defensivo relevante en la frontera con otros reinos, algo que se aprecia en elementos como la Torre Abacial, una construcción de origen románico con funciones militares que defendía el norte del recinto. Desde lo alto de esta torre se obtiene una panorámica excepcional de la Rioja Alavesa, con un mar de viñedos, pueblos diseminados y, al fondo, la sierra, una imagen perfecta para entender la relación entre paisaje, vino y defensa del territorio.

Caminar por Laguardia implica alternar patrimonio religioso –como las iglesias de Santa María de los Reyes y San Juan Bautista– con bodegas subterráneas excavadas bajo las casas, pequeñas placitas recogidas y restos de murallas y puertas que interrumpen el paseo con su sobriedad de piedra. El casco histórico entero funciona como un gran mirador fortificado sobre los viñedos, y permite combinar la visita cultural con catas, compras de vino y una gastronomía local muy cuidada, lo que convierte esta etapa en una parada larga de la ruta, ideal para comer o incluso pernoctar. A la hora de comer, nombres como Villa Lucia o La Huerta vieja son un referente.
Labraza: una acrópolis mínima y perfecta

Labraza ofrece un contraste muy marcado con Laguardia: donde una es una villa muy animada y conocida, la otra es un pequeño concejo de apenas un centenar de habitantes que ha conservado un aire fortificado casi intacto. Situada a casi 700 metros de altitud sobre un cerro, Labraza se percibe desde lejos como una acrópolis compacta, rodeada por murallas que dibujan una silueta rotunda, premiada a nivel internacional por su buen estado de conservación.
Las murallas de Labraza, con sus torres y lienzos defensivos, han sido consideradas de las mejor conservadas del mundo y recibieron un premio mundial de ciudades amuralladas en 2008, algo notable para un núcleo tan pequeño. El recinto conserva una estructura de villa fortificada medieval, levantada en un contexto de frontera con el antiguo reino de Navarra, y desde sus piedras se entiende bien la importancia estratégica de controlar este cerro con amplias vistas sobre el entorno.

La visita, para quien llega en coche o moto, tiene algo de rito íntimo: se aparca a los pies de la acrópolis y se sube caminando, cruzando el perímetro defensivo y perdiéndose después en un entramado de calles estrechas de piedra, silenciosas y serenas, donde el tiempo transcurre más despacio. Es un lugar perfecto para pasear sin prisa, observar detalles de la arquitectura tradicional, leer carteles interpretativos sobre su pasado fronterizo y disfrutar de la panorámica antes de continuar la ruta hacia los bosques y valles de la Montaña Alavesa. Y a la hora de comer una parada en el bar Fronton. Oferta corta, pero tratada con mucho mimo.
Antoñana: murallas habitadas y tren histórico

Antoñana, también en Álava, añade a la ruta un matiz muy interesante: aquí la muralla no se percibe solo como un perímetro defensivo separado del caserío, sino como una estructura incorporada a la vida cotidiana. El casco histórico conserva la trama medieval, con tres calles principales y cantones que las conectan, y se considera uno de los pueblos más interesantes y bonitos de Araba y Euskadi, precisamente por cómo se ha mantenido su estructura urbana sin renunciar a la vida actual.
En Antoñana, muchos tramos de la antigua muralla se han integrado en las casas, de manera que lienzos y torres sirven hoy de muros y fachadas, generando un paisaje urbano muy singular, lleno de callejuelas, pasadizos y rincones de piedra y madera. En la entrada sur se conserva la única puerta medieval que sigue en pie, una especie de arco de tiempo que marca el paso del viajero al interior de la villa, donde también destaca la iglesia de San Vicente Mártir, construida en el siglo XVIII sobre una antigua iglesia-fortaleza y situada junto a una de las antiguas entradas.

El encanto de Antoñana no se limita al núcleo amurallado: desde el pueblo se puede acceder a senderos que llevan, por ejemplo, a la cascada de Aguake, y visitar el pequeño centro dedicado al antiguo ferrocarril, el “trenico”, que explica la historia de la línea y su importancia para la zona. Todo ello refuerza la idea de un pueblo que se ha transformado sin romper con su pasado defensivo, y que ofrece al viajero un equilibrio entre patrimonio, naturaleza cercana y un ambiente tranquilo, casi de maqueta medieval habitada.
Curiosamente, la oferta para alojamiento rural y restaurantes es mucho mejor en Maeztu o en Campezo con varios locales de Nekatur…
Dónde comer en este plan: www.euskadigastronomika.eus
Dónde dormir en este plan: www.nekatur.net
La ruta circular por Peñacerrada, Laguardia, Labraza y Antoñana permite jugar con el orden de las etapas según el punto de partida y el tiempo disponible, pero siempre mantiene un hilo conductor claro: la presencia física de las murallas y su influencia en el paisaje y en la vida de los pueblos. En una misma jornada pueden combinarse viñedos y valles, colinas amuralladas y montañas boscosas, cascos históricos compactos y vistas panorámicas que animan a detener el vehículo y contemplar el entorno.

Novedades
Déjanos tu email y te mantendremos informado.
