PAREJAS QUE HACEN DEL AMOR SU MEJOR RECETA
PAREJAS QUE HACEN DEL AMOR SU MEJOR RECETA
Pareja, socios y compañeros de fogones. En los fogones del día a día, entre el sonido metálico de las ollas y el aroma cálido del pan recién horneado, hay historias que no se cocinan con recetas, sino con tiempo, respeto y pasión compartida. Algunas de las más hermosas nacen en los restaurantes y hoteles donde el oficio culinario se mezcla con la vida doméstica, y donde la complicidad forma parte esencial del menú.

Las discursiones se aclaran con el mandil. Las labores de casa no siempre tienen los mismo criterios que las ordenes de la sala… La vida, la pasión y los retos sepreparan a cuatro manos. Es el caso de parejas como Manu y Nerea, al frente las cocinas del Hotel Finca La Donaria; Juanjo y Yolanda, de Cocinandos en León; Eva y Fernando, quienes dirigen O Secadeiro en Banzas, en A Coruña; o Begoña y Pablo, del restaurante Gunea en Asturias. Cada uno a su manera demuestra que la cocina, más que un trabajo o una vocación, puede ser una forma de convivir y de amar.
1.- Manu y Nerea: El alma compartida de La Donaira
Manu y Nerea no se hablaban mucho cuando estudiaban en el mismo curso en el Basque Culinary Center. Hoy se rien cuando reconocen que se ignoraban en aquel grupo de jóvenes del mismo curso… Después surgió el amor, la complicidad y las aventuras por las cocinas del imperio. Un andaluz y una vasca con una mezcla explosiva. Fuerzas centrífugas que se integran en las cocinas de un lugar muy singular, Finca La Donaira.

En el pequeño y sereno entorno donde reposa el Hotel Finca La Donaria, la cocina respira un aire que mezcla montaña, tradición y modernidad. Allí, Manu y Nerea han construido algo más que un proyecto gastronómico: han levantado un hogar que late al ritmo de los fogones. En este rincón luminoso de la serranía de Ronda —rodeado de verdes pastos y con el rumor de los vientos limpios de la sierra— su vida cotidiana transcurre entre la gestión de una cocina muy peculiar. el cuidado de los huéspedes y la creación de platos que cuentan historias de los pueblos cercanos.

Manu, formado en el rigor técnico de la alta cocina, es un hombre preciso: mide el tiempo, ajusta la temperatura, observa los detalles con la paciencia de quien ha comprendido que cada ingrediente tiene su momento exacto. Nerea, por su parte, es la síntesis de la intuición y la sensibilidad. Viendo como recogen hierbas aromáticas en el jardín o verduras en el huerto del propio hotel se entiende su manera de trabajar.
Su cocina destila equilibrio, elegancia, ternura. Ella suele decir que un plato no puede emocionar si no contiene algo de quien lo prepara, y en esa frase se resume su manera de vivir. Las manos de Nerea llevan calma y color al local, mientras Manu pone el acento en la estructura, en la arquitectura invisible de cada plato.

Un asado de las propias vacas de la finca, un crema fría elaborada con las calabazas de su huerto o ese rodaballo que subió por la mañana desde la bahía de Cadiz son la antesala de esos helados de leche de fresca o un pastel de tres chocolates digno de la mejor confitería de Viena. De esa complementariedad nace la identidad de La Donaria, un espacio que combina el respeto por el producto local con una mirada contemporánea, emocional y sobria al mismo tiempo.
Por eso, al caer la noche, cuando los últimos comensales se despiden, ellos preparan el reto para el menú del día siguiente. Allí, junto al rumor de la montaña, surgen nuevas ideas: un aperitivo inspirado en las flores silvestres del entorno, una reinterpretación del pan de centeno o una tarta de manzana que evoque la infancia de Nerea. Es en esos instantes, lejos del bullicio de la sala, donde su amor parece expresarse de la forma más pura: con palabras breves, con una mirada que basta para entenderse.

La Donaria no es solo su restaurante ni su hotel; es el fruto de su convivencia, el lugar donde el oficio y el sentimiento se confunden con naturalidad. Cada plato que sirven —ya sea una crema de apio suavemente anisada o un cordero al horno con perfume de hierbas del monte— lleva algo de ese entendimiento silencioso y afectuoso que los une. Así es como definen su vida: cocinar para vivir y vivir para compartir. En su casa, el amor se sirve en platos hondos y se alimenta cada día con la misma llama que mantienen viva en su cocina.
2.- Juanjo y Yolanda: La complicidad de Cocinandos
En León, en el restaurante Cocinandos, Juanjo y Yolanda llevan dos décadas demostrando que la fórmula del éxito no consiste solo en dominar la técnica, sino en lograr que el respeto y la admiración mutua se mantengan intactos, incluso tras miles de servicios compartidos. Desde que abrieron su local, su estilo ha sido claro: una cocina contemporánea que bebe de la tradición leonesa, centrada en el producto de cercanía y en las emociones que despierta el territorio.

El suyo es un tándem que se apoya en la diferencia. Dicen que Juanjo, reflexivo y metódico, se ocupa de la precisión, la ejecución exacta. Yolanda, más intuitiva, traza el discurso creativo, construye la historia de cada menú y vela por el alma estética de los platos. Sin embargo, cuando se les ve en cocina, la sensación es la contraria.

En su dinámica diaria, el diálogo es constante y la confianza se ha convertido en un ingrediente insustituible. Cada uno sabe leer los silencios del otro: cuando uno duda, el otro propone; cuando falta energía, el otro sostiene.

A menudo, después del cierre, ambos sostienen conversaciones tranquilas en la cocina vacía, donde la luz cálida de las lámparas resalta el brillo del acero y el eco de las ollas recién lavadas. Hablan de platos, de viajes, de proyectos futuros, pero también de los hijos, de las rutinas domésticas, del equilibrio entre familia y trabajo. Juanjo sueña de otro viaje en moto, como cuando era joven y Yolanda le pone los pues en la tierra recordando que mañana tiene que ir a un pueblo cercano para traer unos quesos que ha preparado un paisano. Así es la vida.
https://www.cocinandos.com/nueva-ubicacion-de-nuestro-restaurante/
3.- Eva y Fernando: La esencia gallega en Osecadeiro

En Banzas, un rincón sereno de A Coruña donde el aire huele a mar y a madera vieja, Osecadeiro es una casa restaurada con paciencia, convertida en restaurante familiar y refugio de autenticidad. Eva y Fernando, sus responsables, son una pareja que ha crecido entre cazuelas y canciones de temporal. Su historia no se entiende sin el lugar: un entorno de aldea marinera, de productos de la huerta y del puerto, donde las estaciones marcan el ritmo de la despensa. Se conocieron en Santiago, pero elpueblo es el pueblo… y eso cambia la manera de ver la tierra.
En O Secadeiro, el producto local brilla con naturalidad. Eva y Fernando trabajan con productores de la comarca, mariscadores y agricultores que cultivan hortalizas de temporada. La huerta es su laboratorio y su propuesta gastronómica huye del artificio: apuesta por la verdad del producto y por los sabores que conectan con la memoria.

Algunos productos, como el lentellón, tienen ya su producción controlada, porque la demanda no espera. En el comedor, el ambiente es acogedor, con la chimenea encendida en invierno y las ventanas abiertas al rumor del bosque en verano. Los clientes, muchos ya amigos, saben que allí los platos no solo alimentan: cuentan quiénes son y de dónde vienen.
https://osecadeiro.es/nosotros/
4.- Begoña y Pablo: Horizonte asturiano en Gunea
Más al norte, en el paisaje bravío y verde de Asturias, se levanta el restaurante Gunea, regentado por Begoña y Pablo Su filosofía encarna una idea clara: cocinar es un modo de estar en el mundo, de relacionarse con la naturaleza y de rendir homenaje a la vida cotidiana. En Gunea, donde todo respira serenidad, los sabores recuerdan los prados húmedos, los ríos y los rescoldos de las sidrerías de antaño. Su menú de homenaje a la cultura sidrera es un referente.

Begoña y Pablo forman una pareja que transmite calma, como si sus cocinas se alimentaran del ritmo pausado del mar Cantábrico. Ella, formada en cocina asturiana tradicional, conoce de memoria los secretos de las masas, los guisos, las reducciones. Él, más joven y con vocación técnica, aporta precisión, modernidad y un punto de riesgo. Juntos han logrado construir una cocina de autor sin perder autenticidad, un estilo que combina equilibrio y emoción, donde la innovación no borra la raíz sino que la enriquece. Se nota su experiencia en fogones de muchas estrellas con la tensión que eso conlleva. Creatividad transformada en ritmo rural.

En su restaurante, las tardes terminan con la bruma entrando por los ventanales, mientras ambos repasan el servicio con un café lento. Hablan de todo: del punto del pitu caleya, de la textura del arroz con andaricas o de cómo ajustar un postre de queso de Pría con frutos del bosque.
Su vida juntos es un viaje de aprendizaje mutuo. Pablo suele decir que Begoña le enseñó a escuchar el producto y a respetar el tiempo de las cosas; ella, en cambio, asegura que él le recordó la importancia de la curiosidad y del atrevimiento. Esa suma de experiencia y juventud, de tradición y técnica, define la identidad de Gunea y de su propia relación.

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