Río Duero: un secreto cercano
Para el que está acostumbrado a navegar en el mar puede parecer que la opción de hacerlo en un canal o en un río no es demasiado atractiva. Nada más lejos de la realidad, estos nuevos escenarios nos brindan una manera muy diferente de hacer lo que más nos gusta: descansar rodeados de naturaleza, disfrutar de la paz de los lugares por donde discurre el cauce del agua y acercarnos a sitios perdidos que nunca encontraríamos en una ruta por carretera.
Navegar por el Duero nos lleva a un espacio diferente. Se navega por un río y es preciso tener el PER, la velocidad de crucero son 8-10 nudos. Además las esclusas no son artesanales e históricas como en Midi Frances. Son auténticas obras maestras, muestra de la ingeniería moderna, colosos imponentes que harán nuestro viaje muy sorprendente. Los preparativos y los consejos de los amigos de Aproache siempre son la mejor guía.
Llegamos a Oporto cuando está atardeciendo. Después de conocer nuestro barco y hacer el check-in caminamos para cenar en uno de los restaurantes del casco antiguo y degustar un riquísimo bacalao mientras suena un fado a lo lejos.
Partiendo desde la maravillosa ciudad de Oporto pondremos rumbo al norte, serpenteando el río hasta llegar a las tierras altas donde las montañas se fragmentan en escaleras de viñedos que sestean calentados por un inmenso sol mientras contemplan al Duero. Visitaremos pueblos y algunas de las famosas “quintas”, un término que se refiere a aquellas villas señoriales donde se pueden degustar los mejores vinos de esta tierra: blancos, tintos y un exquisito vino de Oporto para acompañar a la deliciosa gastronomía local.
Es sorprendente la exuberancia de la vegetación, las orillas salpicadas de flores y las casas escondidas entre los árboles, todo está en perfecta armonía con la naturaleza. El Duero nos acompañará en este singular crucero por uno de los parajes más bellos de la tierra.
A primera hora nos lanzamos al Duero. Una maraña de puentes se alzan inmensos sobre nuestras cabezas mientras recorremos la salida de la ciudad. Puentes que enlazan la parte nueva y vieja de la ciudad. Oporto tiene sabor a imperio, a la última etapa del viejo mundo, a melancolía y a esa energía necesaria para subir a contracorriente.
Cuando llegamos por fin a nuestra primera esclusa entendemos el funcionamiento. Imponente. El esclusero nos da órdenes desde desde lo alto de la esclusa, a unos 80 metros de nosotros. Se ve como una mosca, apenas le oímos.
Pero resulta mucho más fácil de lo que parecía. Dos amarras, a proa y a popa, la cubierta protegida con las defensas y comienzan a cerrarse las imponentes puertas. El ascenso es vertiginoso, vamos tomando altura a buen ritmo. Por fin conocemos al esclusero. No es una mosca, es un hombre muy amable al que le hacemos saber que estamos muy “obrigados” por sus indicaciones.
Salimos otra vez al río, vamos descubriendo pequeños pueblitos, huertos y jardines. Es un paraíso. El río es muy ancho y lleva mucha agua. Las casitas tienen tejados rojos y están pintadas de colores pastel. Montañas no muy altas se alzan a los lados de la orilla, con casas dispersas por las laderas, hay algunos pantalanes para poder parar a lo largo del recorrido.
Cuando llegamos a la esclusa de Carrapatelo, de 35 metros de altura, todo parece más fácil. Es la segunda más alta del mundo, tan solo por detrás de la que se encuentra en China. Algo realmente imponente.
Tras atravesar el coloso, ponemos rumbo a nuestro destino final por hoy, el pueblecito de Caldas de Aregos. Llegamos a La Marina, donde un bonito barco hotel está atracado. Nos dejan las llaves del pantalán y salimos hacia las termas, antiguo balneario de la Reina Mafalda de Portugal. Es conocido por sus aguas curativas. No sabemos a ciencia cierta si realmente cura pero lo pasamos genial, nadando en la piscina y masajeándonos con los chorros de agua. Huele a azufre. El agua caliente saliendo a presión para rociar todo nuestro cuerpo fue otra de las nuevas sensaciones en ese lugar. Salimos agotados por el calor.
Por la mañana temprano salimos hacia Pinhao. Las orillas del río continúan salpicadas de maravillosas casas que añaden belleza al lugar. La primavera está en todo su esplendor, todo está verde, frondoso y el río es calma pura. De tanto en tanto un puente tiende un abrazo entre las dos orillas. Una quinta es vista obligada y la Quinta Dona Matilda es un buen ejemplo. Su precioso viñedo con varias casas de color albero que encontramos nada más dejar la esclusa invita a una parada. Recuerdan los grandes terratenientes vinateros, tierra de hombres, de vino y de tradición. La agricultura es la principal riqueza de esta zona.
Por fin fondeamos a comer. Antes, nos damos un baño en las aguas del río ante la curiosa mirada de unos pescadores. El agua está helada pero es una delicia porque fuera hace calor. Estamos completamente solos, solo se escucha el murmullo del agua y el ruidos de algún pato que vuela surcando el cielo.
Llegamos a Pinhao, esta noche iremos a visitar una de las quintas más bonitas de la región, la Quinta Nova. Es una casa señorial del siglo XIX que además de producir vino funciona como hotel de lujo, con 11 habitaciones en las que poder relajarte. La Quinta queda a unos 20 minutos de La Marina. Nos recoge Anselmo, el taxista, viejo conocido de los amigos de Aproache.
La quinta está en lo alto de la montaña, son hectáreas de vides que se disponen en espiral a lo largo de los montes. Llegamos a la casona principal, se ven varias construcciones, y la más pequeña es una capilla. Una piscina rodeada de flores cuelga hacia la ladera permitiéndonos disfrutar de una espectacular perspectiva del río y los viñedos. El director nos recibe en la casona principal y nos explica la historia del lugar, las raíces de la tradición vinatera de esta tierra. Nos explica que producen menos que otras quintas porque cuidan el producto, el diseño y el precio.
Después nos esperan en una de las mesas del comedor exterior, al borde la la piscina. Vamos a degustar una cata de vinos locales blancos, tintos y Oporto. Todos deliciosos al igual que la cena. Anécdotas y recuerdos se mezclan. Navegar en el Amazonas o en el Orinoco siempre tiene un toque imperial.
Por la mañana zarpamos para recorrer algo más el río hacia arriba, no mucho porque no tenemos tiempo, pero nos han dicho que a partir de aquí el cauce se estrecha y el lugar es precioso. No pueden estar más en lo cierto. Encontramos más quintas dispersas en las montañas, viñedos y pescadores faenando en las orillas. Tenemos que dar ya la vuelta para llegar a Folgosa de Douro, amarramos en el muelle para visitar una tienda de vinos donde compramos algunos ejemplares.
Tras la parada salimos hacia Regua, buscamos un restaurante de comida casera y llegamos a uno con buena pinta, O’Maleiro. Es un restaurante típico de la zona, con manteles de cuadros y un personal muy amable, como siempre aquí. Comemos un cabrito delicioso con patatas y judías regado con un riquisimo vino tinto. Solo queda el regreso, que ayuda a entender mejor la belleza de este escenario.