40 Kms DE EMOCIONES POR EL RIO AVIA
La otra senda esmeralda.
Bajo el rumor constante del agua, inicio mi travesía en el puente de Leiro, donde el río Avia, ya sosegado tras su descenso desde la Sierra del Suído, se despereza entre bancales de viñas y huertas. El sol de la mañana, tamizado por la niebla gallega, dibuja reflejos dorados en la superficie, mientras a mis pies la corriente murmura historias de monjes, viticultores y viajeros.
Leiro, corazón del Ribeiro, es un pueblo que vive abrazado al río. Aquí, la piedra y la vid se entrelazan en un paisaje de monasterios y pazos centenarios. El Monasterio de San Clodio, testigo de siglos de historia y custodio de secretos monacales, se alza a pocos pasos del puente, rodeado de jardines y viñedos que aún hoy alimentan la tradición vinícola de la comarca. Pero mi primer destino no es de recogimiento, sino de placer terrenal: el restaurante A Garrafeira (https://www.restauranteagarrafeira.es/), en la calle Gabino Bugallal. Su terraza invita a demorarse, y en el interior, la cocina gallega se reinventa con platos como el bacalao a Garrafeira y la picaña, especialidades que combinan tradición e innovación en un ambiente elegante y moderno. Aquí, el vino de Ribeiro es compañero obligado, y el pan y la patata, fieles escuderos de cada bocado.
Abandono Leiro siguiendo el curso del Avia, que serpentea entre laderas cubiertas de viñas en Socalcos. El valle se ensancha y el aire se impregna de aromas a tierra húmeda y mosto. A la derecha, la silueta de la Bodega Sanclodio (https://bodegasanclodio.com/) emerge entre los viñedos de Aguieira: un pazo del siglo XVI restaurado con mimo, donde la historia y la modernidad se dan la mano. Fundada por el cineasta José Luis Cuerda y ahora bajo el cuidado del grupo Matarromera, Sanclodio es mucho más que una bodega: es un homenaje al paisaje, a la treixadura y a las variedades autóctonas que aquí encuentran su máxima expresión. Las viñas descienden en terrazas hacia el río, y la vendimia, completamente manual, es un ritual que se repite cada otoño, perpetuando la excelencia de unos vinos que hablan del terruño y de la pasión de quienes los elaboran.
En Sanclodio, la visita se convierte en experiencia sensorial: el frescor de la bodega, el aroma a fermentación, la luz tamizada que entra por los ventanales de la antigua casa de labranza. Aquí, el vino se cata entre muros centenarios, y cada sorbo es un viaje por la historia del Ribeiro. La reciente rehabilitación de la Casa de la Rosita, anexa al conjunto, ha permitido ampliar la actividad y preservar el patrimonio, consolidando a Sanclodio como referencia enoturística y arquitectónica del valle.
El camino sigue aguas arriba, y el Avia se vuelve más indómito, encajado entre colinas que alternan bosques y viñedos. Pronto alcanzo Cenlle, pequeño municipio que, como un balcón sobre el río, ofrece vistas privilegiadas del valle. Aquí, la vida discurre al ritmo pausado de las estaciones, y el vino es el eje en torno al cual gira la existencia. Las bodegas familiares salpican el paisaje, y en las tabernas se conversa en voz baja, como si el murmullo del río impusiera un tono de respeto y recogimiento.
Dejo atrás Cenlle y me adentro en Boborás, donde el Avia recibe las aguas del Viñao y el Arenteiro. El paisaje se vuelve más agreste, y el río, alimentado por afluentes que descienden desde los montes de Irixo y Beariz, gana caudal y carácter. Boborás es tierra de pazos y de iglesias románicas, de caminos que invitan a perderse entre castaños y robles. Aquí, la memoria de los antiguos caminos de arrieros y comerciantes pervive en el empedrado de las calles y en la hospitalidad de sus gentes.
El viaje prosigue hacia Avión, donde el Avia nace en FonteAvia, a casi 900 metros de altitud, en la Sierra del Suído. Aquí, el río es aún joven y rebelde, surcando valles estrechos y abruptos, alimentado por arroyos que bajan de los montes. Avión es un municipio de contrastes: aldeas dispersas, bosques de pinos y robles, y un aire de autenticidad que lo convierte en refugio de quienes buscan la Galicia más profunda. Las fiestas patronales, los mercados de ganado y las romerías son expresión de una cultura viva, en la que el río es siempre protagonista.
Desciendo de nuevo hacia el sur, siguiendo el curso del Avia, que a estas alturas ha dejado atrás su juventud y se encamina, ya maduro, hacia su encuentro con el Miño. El paisaje se suaviza, y el valle se abre en una llanura aluvial donde las cepas de Ribeiro se extienden hasta el horizonte. Es aquí donde el Avia muestra su rostro más amable, y donde el hombre ha sabido domesticar el agua para crear uno de los vinos más emblemáticos de Galicia.

Castle of Ribadavia village in the province of Orense Spain on a sunny summer day
La última parada es Ribadavia, capital histórica del Ribeiro y punto de confluencia de culturas, ríos y caminos. El casco antiguo, con su castillo de los Sarmiento y el barrio judío, es un laberinto de callejuelas empedradas, plazas porticadas y fachadas de piedra que rezuman historia. Ribadavia es sinónimo de vino, pero también de pan de Cea, de pulpo y de fiestas populares como la Festa da Historia (https://festadaistoria.com/?lang=es), donde el pasado cobra vida y el visitante se convierte en protagonista de una celebración única.
En Ribadavia, el Avia entrega sus aguas al Miño, completando un viaje de casi 39 kilómetros que es, en realidad, un viaje por la esencia de Galicia. Antes de despedirme, busco refugio en uno de los restaurantes del centro histórico, donde la cocina local se sirve con orgullo y el vino de Ribeiro es siempre el mejor acompañante. Entre sorbos y bocados, contemplo el río por última vez, agradecido por el ritmo pausado de su curso y por la riqueza de los paisajes y gentes que he encontrado a su paso.
Así concluye mi travesía por el río Avia: un relato de agua, piedra y vino, de pueblos que han sabido guardar el secreto de la hospitalidad y la belleza. Un viaje que, como el propio río, invita a repetirse una y otra vez, siempre con nuevos matices y descubrimientos.

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