EL RIO VOLTOYA SE VISTE DE OTOÑO
No hay que irse muy lejos para descubrir rincones diferentes. Esos días en los que el asfalto aún conserva el brillo del rocío matutino mientras el Mazda CX5 ronronea a lo largo de la N-110, pero este viaje no va de motores ni caballos; va de libertad, de la magia de Ávila rural, de ese trayecto en el que cada kilómetro te acerca a un mundo más auténtico. Un plan perfecto para un fin de semana: dejar atrás Villacastín y perderse por los pueblos que abrazan el río Voltoya, al norte de la carretera, allí donde el tiempo parece más lento y las historias más intensas. Cerca de todo y alejado del mundo.
Cuando se pasa por encima del rio Voltoya, la carretera es un excelente mirador sobre una mancha verde, que no deja de sorprender. Hacerlo con el Mazda CX5 es una opción perfecta.Después de unos días y pruebas por todo tipo de carreteras, el CX-5 se posiciona como una alternativa excelente para quienes buscan equilibrio y personalidad, con la garantía de una mecánica fiable y atractiva. Un diseño más refinado y propio, gracias al lenguaje KODO, que lo distingue entre propuestas más convencionales. Comportamiento dinámico, con dirección directa y un equilibrio entre agilidad y confort que seduce a quienes valoran la sensación de manejo. Calidad percibida superior en acabados y materiales frente a competidores de similar precio. Tecnología orientada a la experiencia sin recargar el habitáculo de funciones innecesarias.
A apenas cinco kilómetros de las murallas de Ávila, Vicolozano resiste modernidad y tradición. Su iglesia románica de granito y la Torre Campanario dominan el horizonte, mientras el polígono industrial da vida a nuevas generaciones. La carne de vaca Avileña-Negra Ibérica en los restaurantes locales es un manjar imprescindible. Las fiestas patronales en agosto animan sus calles y recuerdan que, aunque pequeño, Vicolozano late fuerte entre la historia y la vida rural.
Brieva recibe al viajero entre muros de granito y encinas centenarias. Sus callejuelas son un escenario ideal para pasear, sentir el silencio y buscar los paneles de las rutas autoguiadas del entorno, como el Camino del Molino. En este bosque mediterráneo, el canto de las aves y el aroma a jaras te acompañan en cada paso. La iglesia románica observa paciente cómo se van y vienen los visitantes con cámaras y curiosidad, sin alterar la vida tranquila de sus vecinos. Las vacas parecen vigilar detrás del hilo del pastor eléctrico y la iglesia de Santiago se ha convertido en un excelente mirador sobre otros pueblos como Cortos o Berrocalejo.
Pueblos como San Esteban de los Patos es un buen ejemplo de lo que ahora se llama intimidad rural. Un puñado de casas entre campos dorados y el rumor incesante del Voltoya: este es San Esteban de los Patos. El crucero de piedra y la iglesia de Santo Tomé marcan el corazón del pueblo. Las historias de la familia Patos surgen entre charla y charla, y el juego tradicional de “La Calva” recuerda que, aquí, la diversión se encuentra en las cosas sencillas. ¿Fiestas en agosto? Sí, pero también largas conversaciones bajo las estrellas y paseos que parecen eternos.
Tolbaños es municipio y, a la vez, conjunto de pequeñas aldeas: El paisaje es un mosaico de afloramientos graníticos, encinas dispersas y parcelas aprovechadas hasta el último centímetro. La arquitectura tradicional de sillarejo y la iglesia dedicada a San José hablan de resiliencia rural. Aquí los veranos explotan de vida con fiestas patronales y rutas a pie o a caballo por la Sierra de Ojos Albos.
Camino de Mingorria, Laguna de Navazos sorprende por lo inesperado. Quien habla de lagunas en Ávila piensa en la Nava de Gredos, pero Laguna de Navazos es un destino menos conocido y todo un desafío para senderistas amantes de los humedales y las aves…
Y claro, hay que llegar Mingorría. Los granitos de Mingorría son legendarios y han dado sustento al pueblo durante siglos. Aquí, el arte de la cantería es orgullo y símbolo, con casas sólidas y la famosa figura del “Marrano”, vestigio de la cultura vettona. Haz parada obligada en el castro celta de Las Cogotas para imaginar batallas antiguas, y si tienes suerte, coincide tu visita con Las Aguas o las fiestas de la Asunción y San Roque en agosto, donde la música y los dulces caseros marcan el pulso del pueblo.
En cada pueblo, el río Voltoya es más que un límite geográfico: es cordón umbilical de la comarca, prestando vida a cultivos, fauna y a esa sensación pura de pequeño paraíso perdido. Los paseos por los encinares, rutas de bicicleta y paradas en merenderos improvisados se hacen mejor cuando la compañía es buena y el espíritu aventurero.
Jornadas de pueblo en pueblo pueden terminar en Casa Rural “Camino de Ávila” (https://www.caminodeavila.com/), en Mediana de Voltoya, con piscina, jardín y barbacoa bajo las estrellas. Pero lo mejor se cocina en los bares y restaurantes de los pueblos: migas castellanas, carne de vaca y pan recién horneado. El contacto con los vecinos es directo, hay historias en cada sobremesa y hospitalidad con acento genuino.
Esta ruta no es sólo un viaje: es atreverse a buscar rincones fuera del mapa, a conectar con paisajes de siempre y costumbres que resisten. El coche ayuda, claro, pero aquí la protagonista es la vida rural y la sensación de libertad que surge cuando la carretera se pierde entre pueblos de granito y horizonte eterno.