CUZCURRITA DEL RIO TIRON
Calma, calidad y buena vida.
El paisaje pone a la carretera en un segundo lugar. En el corazón de La Rioja, donde el río Tirón serpentea entre viñedos y algunos campos dorados de cereal, se alza la silueta de Cuzcurrita del Río Tirón, un pueblo que parece detenido en el tiempo. Cuando se superan algunas construcciones ajenas al casco viejo, llegar a Cuzcurrita es como abrir un libro antiguo: las piedras de sus calles, las fachadas de sus casas y el murmullo del agua cuentan historias de siglos pasados, de nobles, de campesinos, de vino y de fe. Una maravilla de sitio, con un bar en un lado del puente y otro en la plaza del Ayuntamiento porque aquí la hora del vermut es sagrada.
El nombre de Cuzcurrita, de resonancias euskéricas, evoca crestas y elevaciones, reflejando la geografía que rodea al pueblo: suaves colinas y la presencia constante del río Tirón, que ha sido testigo de la evolución de este enclave desde la Edad Media. Documentos del siglo XI ya mencionan la villa, que fue plaza fuerte y estuvo amurallada, con su castillo extramuros como centinela de la comarca. Las casas, en su mayoría de piedra, se agrupan en torno a una trama de calles que desembocan en la plaza mayor, el corazón palpitante del pueblo. se cruza el puente, la mirada cae sobre el frontón en uno de las márgenes del rio y el Castillo de Cuzcurrita que se yergue como testimonio de la historia señorial de la villa. Construido en el siglo XIV, fue donado por Enrique II a Juan Martínez de Rojas, y desde entonces ha pasado por las manos de nobles y familias influyentes. Su torre cuadrada, sin ventanas ni saeteras, y los matacanes que la coronan, hablan de tiempos de guerra y defensa, cuando el río Tirón y el foso eran barreras naturales contra invasores.
Hoy, el castillo es mucho más que una reliquia: alberga una bodega donde se produce vino de excelente calidad, combinando tradición y modernidad. Las visitas guiadas permiten descubrir no solo la arquitectura defensiva, sino también los secretos de la enología riojana, entre barricas centenarias y viñas que se extienden a los pies de la fortaleza.
En la plaza mayor se alza la Iglesia de San Miguel, joya del barroco riojano, cuya silueta domina el perfil del pueblo. Construida en el siglo XVIII y finalizada en 1805, con el reconocimiento a su monumentalidad y valor histórico. Al entrar, el viajero queda envuelto por la luz que se filtra a través de los ventanales, iluminando retablos dorados y esculturas que narran la devoción de generaciones.
En todo el pueblo, el tiempo lo marca el campanario, visible desde cualquier punto del pueblo, marca el ritmo de la vida local, llamando a misa o anunciando fiestas. La piedra arenisca de la fachada, trabajada con maestría, resplandece con los tonos cálidos del atardecer, invitando a sentarse en los bancos de la plaza y contemplar el ir y venir de los vecinos.
Esa plaza mayor es el escenario de la vida social de Cuzcurrita. Bajo la sombra de la iglesia y rodeada de casas de piedra, algunas con escudos heráldicos, la plaza acoge mercados, fiestas y encuentros cotidianos. Aquí, los viajeros se mezclan con los vecinos, compartiendo el bullicio de las mañanas y la calma de las tardes.
Indudablemente, el urbanismo de Cuzcurrita conserva el sabor de los pueblos riojanos: calles estrechas, fachadas de piedra y madera, balcones de forja y portales que invitan a descubrir patios interiores llenos de flores. El paseo por el casco antiguo revela detalles arquitectónicos que hablan de la prosperidad que trajo el vino y la agricultura: dinteles labrados, inscripciones y escudos familiares.
La arquitectura civil de Cuzcurrita es un reflejo de su historia. Destacan las casas solariegas, con fachadas de sillería y escudos nobiliarios, testigos del auge de la villa en los siglos XVIII y XIX. Muchas de estas casas han sido restauradas con esmero, conservando elementos originales como portones de madera, rejas de hierro forjado y patios interiores que ofrecen frescor en verano.
El viajero atento descubrirá también molinos harineros, vestigios de la actividad agrícola y ganadera que ha sustentado al pueblo durante siglos. La campiña que rodea Cuzcurrita es fértil en cereales, legumbres y, sobre todo, viñedos, origen de los afamados vinos de la zona.
Después de un día explorando calles y monumentos, nada mejor que dejarse tentar por la gastronomía local. El Asador Aker (https://www.asadoraker.com/), en la zona de Aguardienterías, es un referente para quienes buscan carnes y pescados a la brasa, preparados con productos de temporada y servidos en un ambiente familiar y acogedor. La terraza privada y la zona ajardinada invitan a alargar la sobremesa, disfrutando de la tranquilidad del entorno. Sus puerros y sus pescados a la parrilla son un referente para los que valoran la calidad.
Para quienes desean prolongar la experiencia, la Casa Rural Las Pedrolas (https://laspedrolas.es/), gestionada con esmero por Miguel y su esposa, ofrece alojamiento en una casona del siglo XVIII rehabilitada con gusto y respeto por la tradición. Las habitaciones, decoradas con elegancia rústica, miran a la plaza o al patio interior, y el salón con chimenea es el lugar perfecto para compartir historias al calor del fuego. Desde la Asociación de Casas Rurales de La Rioja (ASCARIOJA https://ascarioja.com/es/) podremos encontrar la opción que mejor nos encaja para disfrutar de este tierra señorial.
Por eso, Cuzcurrita del Río Tirón es mucho más que un destino: es una invitación a viajar en el tiempo, a descubrir la esencia de La Rioja a través de su patrimonio, su vino y la hospitalidad de sus gentes. En cada rincón, en cada piedra, late la memoria de un pueblo que ha sabido conservar su identidad sin renunciar a la modernidad. Y al despedirse, el viajero sabe que llevará consigo el recuerdo de la luz dorada sobre la iglesia de San Miguel.

Video
Novedades
Déjanos tu email y te mantendremos informado.