7 PUEBLOS PARA 7 DÍAS EN ALICANTE

RUTA VIAJERA POR LA COSTA BLANCA

La Costa Blanca es mucho más que un destino de sol y playa: es un mosaico de pueblos marineros, calas de aguas turquesas, historia viva, mercados bulliciosos y una luz mediterránea que lo inunda todo. Te invito a recorrer durante una semana siete pueblos imprescindibles de la costa de Alicante, descubriendo cada día un rincón único, su alma y su sabor más auténtico. Cada etapa de este viaje es una invitación a saborear la vida despacio, a dejarse llevar por la brisa marina y los aromas de una gastronomía que es puro Mediterráneo.


Dénia – Donde la historia abraza al mar

Comienza la aventura en Dénia, la puerta de entrada a la Costa Blanca. Aquí, la historia se asoma al Mediterráneo desde el imponente castillo de origen árabe, que se alza sobre una colina y regala panorámicas de la ciudad y el puerto. Pasear por el casco antiguo es perderse entre fachadas coloridas, callejuelas llenas de vida y plazas donde el tiempo parece haberse detenido. El barrio de Baix la Mar, con sus casas bajas y ambiente marinero, es el corazón auténtico de Dénia: aquí la vida gira en torno al puerto, donde cada tarde la subasta de pescado es un espectáculo.

Dénia es también paraíso de calas y playas: desde las extensas Les Marines hasta las calas de Les Rotes, ideales para el buceo y el snorkel. Si buscas aventura, navega en kayak hasta la Cova Tallada, una cueva marina esculpida por el mar y el hombre, donde la luz y el agua crean un espectáculo único.

Pero si hay algo que define a Dénia es su gastronomía, reconocida por la UNESCO como Ciudad Creativa de la Gastronomía. El producto estrella es la gamba roja, delicada y sabrosa, pero no puedes irte sin probar la coca de calabaza y chocolate, un postre típico que sorprende por su mezcla de sabores y su textura esponjosa, o los buñuelos de calabaza, herencia árabe que perfuma la ciudad en época de fallas. La figura de Quique Dacosta (https://www.quiquedacosta.es/) es fundamental en este proceso. Por eso, Dénia es el lugar donde la historia, el mar y la buena mesa se dan la mano. Un inicio de viaje que ya deja huella.


Jávea (Xàbia) – Naturaleza en estado puro y miradores infinitos

El segundo día nos lleva a Jávea, donde el Mediterráneo se muestra en todo su esplendor. El Parque Natural del Montgó acompaña el trayecto, con su silueta imponente que protege el pueblo y lo separa de Dénia. Jávea es un paraíso de calas: la Granadella, con sus aguas turquesas y su entorno salvaje, es una de las más bonitas de España; la Barraca, con sus casitas blancas y puertas azules, invita a la calma y al baño.

No dejes de recorrer la ruta de los 15 miradores, balcones naturales sobre el mar y los acantilados, o de asomarte al Cabo de San Antonio, desde donde la vista se pierde entre el azul y la Reserva Marina.

El casco antiguo de Jávea, con sus calles empedradas y casas de piedra tosca, respira autenticidad. Aquí, la vida se saborea en las terrazas, entre tapas, arroces y productos de la huerta. El puerto, siempre animado, es el lugar perfecto para ver llegar a los pescadores y probar la gamba roja hervida en agua de mar.

El producto típico de Jávea es el pulpo seco: colgado al sol y al viento, adquiere una textura y un sabor únicos, y se sirve a la brasa o en tapas que son pura esencia marinera. No dejes de probar también las cocas saladas y la Coca María, un dulce tradicional elaborado con almendra y naranja. Jávea es naturaleza, sabor y calma. Un lugar donde el tiempo se detiene y el Mediterráneo se disfruta sin prisas.


Altea – El pueblo blanco y su luz mediterránea

El tercer día nos espera Altea, el pueblo blanco por excelencia, encaramado sobre una colina y con el mar siempre al fondo. Subir por sus calles empedradas, flanqueadas por casas encaladas y puertas azules, es como entrar en una postal viva. Cada rincón es un mirador: la plaza de la iglesia de Nuestra Señora del Consuelo, con su cúpula azul y blanca, regala vistas al Mediterráneo y la Sierra de Bernia.

Altea es arte y bohemia: galerías, talleres y tiendas de artesanía se mezclan con terrazas donde el tiempo se diluye entre conversaciones y cafés. El paseo marítimo invita a perderse entre mercados y puestos de productos locales, y las calas de La Roda y Mascarat son perfectas para desconectar y escuchar el rumor de las olas.

La gastronomía alteana combina mar y huerta: el arroz a banda es el plato estrella, elaborado con caldo de pescado y servido con alioli, pero no puedes irte sin probar la caldereta de langosta o la ensalada de naranja y bacalao. Y para el postre, los turrones artesanales de almendra, reconocidos a nivel nacional, son el dulce típico que resume el alma de Altea. Altea es luz, arte y sabor. Un remanso de paz donde el Mediterráneo se vive con todos los sentidos.


Calpe – El Peñón de Ifach y playas doradas

El cuarto día nos lleva a Calpe, donde el imponente Peñón de Ifach, una roca de 332 metros de altura declarada Parque Natural, domina el paisaje y se convierte en símbolo de la Costa Blanca. Subir hasta su cima es una experiencia inolvidable: desde allí, las vistas sobre el mar y la costa son espectaculares.

Calpe es también historia: su casco antiguo conserva restos romanos, calles pintorescas y rincones llenos de encanto, como el Torreón de la Peça o la Casa de la Senyoreta. El paseo marítimo, siempre animado, conecta las playas de arena fina con el puerto pesquero, donde los barcos descargan la pesca del día.

El producto típico de Calpe es el arròs del senyoret, un arroz seco cocinado con caldo de pescado y mariscos pelados, acompañado de alioli. Otros platos imprescindibles son la llauna de Calp (pescado al horno con patatas y tomate) y el caldero, una sopa de pescado servida con patatas y alioli. Para los más golosos, la Coca de María es el dulce local por excelencia. Calpe es mar, montaña y sabor mediterráneo. Un lugar donde la naturaleza y la tradición se funden en cada rincón.


Moraira – Encanto marinero y calas tranquilas

 

Moraira es la joya secreta de la Costa Blanca, un pueblo que ha sabido conservar su esencia marinera y su ritmo pausado. El pequeño castillo junto al mar, el puerto deportivo y las calas de aguas cristalinas, como la del Portet, hacen de Moraira un destino perfecto para quienes buscan tranquilidad y belleza natural.

El mercadillo semanal llena las calles de aromas y colores, y los restaurantes del puerto sirven pescado fresco y mariscos recién capturados. Moraira es también tierra de huerta: las verduras y frutas frescas protagonizan platos como la ensalada de pimientos rojos asados o el tumbet, un guiso de verduras que celebra los productos de la tierra.

El producto típico de Moraira es el arroz a banda, cocinado en un caldo rico en pescados y mariscos, reflejo de la frescura del Mediterráneo. La fideuà, similar a la paella pero con fideos, y el pulpo seco completan la oferta local, junto a tapas tradicionales y dulces caseros. Moraira es calma, sabor y autenticidad. Un refugio donde el Mediterráneo se disfruta en cada bocado y cada atardecer.


Santa Pola – Playas, salinas y la isla de Tabarca

Santa Pola es un pueblo que vive de cara al mar. Sus playas familiares, el castillo-fortaleza y las salinas, donde se pueden observar flamencos, son parte de su identidad. Desde el puerto, los barcos parten hacia la isla de Tabarca, una reserva marina de aguas cristalinas y calles de aire marinero, perfecta para una excursión de un día.

El faro y el mirador del cabo ofrecen panorámicas únicas sobre la costa y el Mediterráneo. Santa Pola es también historia: la Torre Escaletes y el puerto pesquero recuerdan el pasado defensivo y marinero del pueblo.

La gastronomía de Santa Pola se basa en el pescado y el arroz. El plato típico es el caldero, un guiso de pescado servido con arroz y alioli, pero también destacan el arroz a banda y el arroz negro, elaborados con productos del mar. La quisquilla, las cigalas y la gamba roja son los mariscos más apreciados, y los postres de almendra y naranja ponen el broche dulce a la experiencia. Santa Pola es mar, naturaleza y sabor. Un destino donde la tradición y la hospitalidad se sienten en cada rincón.


El Campello – Historia y relax junto al mar

El viaje termina en El Campello, un pueblo que combina largas playas de arena, calas rocosas y un paseo marítimo animado. La Torre de la Illeta y el yacimiento arqueológico de la Illeta dels Banyets muestran la importancia histórica del lugar, habitado desde la antigüedad por íberos y romanos.

El Campello es ideal para quienes buscan tranquilidad sin renunciar a los servicios y la vida local. El puerto deportivo, las terrazas junto al mar y los mercados llenan de vida el pueblo, mientras que las playas de Muchavista y Carrer la Mar invitan al baño y al relax.

El producto típico de El Campello es el arroz con boquerones y espinacas, un plato que resume la fusión de mar y huerta que caracteriza la cocina local. Las cocas saladas, el pescado a la brasa y los dulces de almendra completan la oferta gastronómica, junto a vinos blancos y tintos de la comarca.El Campello es historia, mar y sabor. Un final perfecto para una semana de descubrimientos en la Costa Blanca.


 

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