LA FRUTA MARCA LA RUTA EN LLEIDA
El placer del primer bocado de una fruta es algo que nos reactiva la memoria gustativa. Aquellos veranos en el pueblo, ese primer amor adolescente o jugar a coger algo del frutero que la abuela tenía en la cocina, son recurdos que se reviven con mucha facilidad.
Pasear por los campos de pera en el sur de Lleida siempre reactiva la memoria emocional. Las localidades que salpican el Segre y el Noguera Ribagorza se benefician de unas condiciones muy específicas que han ayudado a generar la pera de Lleida. Fríos inviernos y calurosos veranos son perfectos para cultivos frutales.
Dicen que la pera es la “donna” de la huerta. Discreta en la floración, pero voluptuosa en el árbol antes de la recolección. Los productores lo saben muy bien y el “stress” climático de esta zona produce un producto especialmente deseado. Un producto especialmente dulce que, en sus distintas variedades (limonera, blanquilla y conference), hereda de alguna manera todo el sabor de la sierra del Montsec y la cordillera litoral catalana. Por eso, el territorio ha encontrado en su peras una buena excusa para conocer algunos de su pueblos.
Corbins es nuestra primera parada. Desde el mirador que hay detrás de la Iglesia siempre hay algún tractor que dejan al mediodía mientras se descansa al medio día. Si se sigue la senda de la misma carretera, se ve la unión del Noguera con el Segre. Y es otro de esos pueblos que, alimentado por inviernos muy fríos y nublados y veranos calurosos, goza de las condiciones necesarias para convertirse en un auténtico paraíso de la pera.
La historia también tiene sus tributos. Dicen que los orígenes de Corbins se remontan a un asentamiento romano del siglo I a.C. mencionado en las crónicas por el mismo Julio César con motivo de la batalla de Ilerda, ocurrida durante la cruenta guerra civil que mantuvo César con el general romano Pompeyo. Actualmente se conservan restos de la villa romana, el Tossal del Moro.
Durante la dominación musulmana de la península, la población crecería y se desarrollaría alrededor de una fortaleza levantada por los sarracenos. Según las crónicas, Corbins llegó a ser una medina de considerable importancia. Desde el siglo IX, el distrito musulmán de Larida estaba defendido por una extensa y eficaz red de fortalezas que lo protegían, y que formaban parte de las fortificaciones fronterizas de la Marca Superior de Al-Andalus con los territorios cristianos.
El castillo de Corbins fue construido por los musulmanes, posiblemente en el X, en un lugar estratégico, al borde de un barranco en la confluencia de los ríos Segre y Noguera. Al-Razi describe el castillo de Caravina (Corbins) como una de las plazas fortificadas más importantes del sistema defensivo del distrito de Larida, topónimo de la actual Lleida. Su cercanía a la capital lo convirtió en posición fortificada de gran importancia en cuanto a la defensa de Larida.
En época de taifas formó parte de la línea defensiva fronteriza norte de Larida, para defenderla de las incursiones cristianas. En esta extensa línea defensiva musulmana figuraban fortalezas como los de Almenar, Albesa, Algerrí, Castelló de Farfanya, el poderoso de Alguaire y Balagi (Balaguer) entre otros.
Gerard habla con cariño y respeto de su campos. Se nota que en la región llevan desde el siglo XIX entregados a su cultivo. Este pueblo enclavado en ese microclima tan particular produce una pera fresca, sabrosa y dulce, con un alto grado de azúcar y de forma redondeada. Pero en lo relativo a sus valores “estratégicos” para el turista, destaca también por un castillo, el de Corbins, justo en el cruce de ambos ríos. Escenario de la lucha de cristianos y musulmanes, Corbins tiene ese aire barroco que, combinado con la tranquilidad rural, nos pone de humor para una desconexión obligada.
No faltan los comercios donde encontrar el producto. La pera leridana, con una gran cantidad de fibra y potasio, sin duda ayudará a darnos la energía necesaria para recorrer la ribera del Río, que ofrece todo tipo de oportunidades del fan del BTT. Muchos kilómetros de carreteras de montaña para el ciclista, bien señalizados y sabiendo que en la meta nos espera la recompensa.
La LV-225 nos deja pronto en Torrelameu, un lugar de grandes y placeres sencillos y donde también saben celebrar la pera como Dios manda. Esta localidad de la comarca de la Noguera a los pies del río dispone de una interesante iglesia parroquial de la Asunción y está muy bien comunicado con la localidad de Corbins y con otros municipios vecinos a través de caminos o pistas vecinales, como el que va a Albesa o el de Vilanova de la Barca. El verdadero símbolo del pueblo es su noria, que da nombre a una conocida carrera popular en la zona y además es el símbolo de la vega. Los campos de cultivo y las choperas nos dejan muy claro por donde va el cauce del rio.
A pocos kilómetros nos encontramos con Albesa, al pie de la colina a la izquierda del Río Noguera Ribagorzana. Estamos en un lugar que trabaja duro la tierra. Y si uno observa detenidamente esa labor comprenderá enseguida cómo os campos de cultivo se cuidad con la delicadeza de un jardín.
Albesa está marcada por el canal que atraviesa su corazón. Dominado antaño por un castillo del que ahora solo podemos apreciar sus restos, dispone sin embargo de un bonito casco antiguo en el que se erige por derecho propio la iglesia (originalmente medieval) de Santa María, aunque sin duda serán los paisajes de la sierra los que se llevarán la palma. El camino hasta la antigua villa romana nos va a explicar mucho de este mundo rural. Siempre podremos para pensar en un almuerzo con los productos típicos de la zona, con sus caracoles a la launa o, también, el conejo estofado. Unos vinos del Segre o unas peras al vino o una compota nunca nos van a fallar.
Para cerrar la excursión todavía nos queda el pueblo de Alcoletge. En apenas unos kilómetros la LV-9225 nos permite “aterrizar” en su centro histórico, donde algunos monumentos se mantienen sobre los viejos adoquines. Sin embargo, todo el mundo que viene hasta aquí va a subir a los restos de las trincheras de la Guerra Civil, que son referente para los aficionados al turismo bélico.
Este municipio del Segrià parece eminentemente plano, pero la riera del Segre proporciona desniveles que sin duda adornan el paisaje. También lo hace Cal Cortasa, una casa del siglo XVIII que junto a la iglesia de San Miguel Arcángel, de corte barroco, se convierten en sus principales monumentos. Los miradores del pueblo nos ayudan a rematar la visita y apreciar más si cabe la labor del cultivo de esta fruta memorable. Entre monumentos y restaurantes, los campos frutales de 500 agricultores mantienen viva la producción de un producto que da vida a esta región.
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