EL TRIÁNGULO DE LAS EMOCIONES: VIAJE A FRÍAS, OÑA Y POZA DE LA SAL
Prólogo: Un triángulo invisible en el mapa
En el corazón del norte burgalés, tres pueblos dibujan sobre el territorio un triángulo tan real como simbólico. Frías, Oña y Poza de la Sal no solo comparten la piedra y el tiempo, sino también la capacidad de provocar en el viajero una sinfonía de emociones esenciales. Como en el triángulo del cambio, donde miedo, alegría y tristeza se entrelazan para revelar lo más genuino del corazón humano, cada vértice de este triángulo burgalés convoca sensaciones que nos transforman. Aquí, la emoción no es solo un eco interior: es puente, claustro y salina, es historia y paisaje, es la memoria de Castilla latiendo bajo la piel del viajero.
Frías: vértigo de piedra y aire
El viajero llega a Frías como quien se asoma a un sueño suspendido. La ciudad más pequeña de España se encarama sobre un cerro alargado, vigilando el Ebro desde una atalaya imposible. El puente medieval, con sus arcos desafiando la corriente, es la primera invitación a cruzar el umbral de la realidad. Todo en Frías parece desafiar la lógica: las casas colgantes que se precipitan sobre el vacío, las empinadas calles medievales donde el tiempo se ha detenido, el castillo que corona la roca como una corona de siglos.
El miedo, emoción esencial, se insinúa en el vértigo de sus alturas y en la estrechez de sus callejones. Pero es un miedo que purifica, que invita a dejar atrás las defensas y a entregarse a la autenticidad de la experiencia. En la judería, bajo la sombra de los muros, se percibe la tristeza de la historia, el eco de vidas que partieron y de silencios que aún resuenan. Pero la alegría brota también, luminosa, en la visión del valle de Tobalina extendiéndose más allá de las murallas, en la hospitalidad de sus gentes, en la promesa de excursiones hacia La Bureba y Las Merindades.
Frías es, en definitiva, un ejercicio de equilibrio emocional: miedo y asombro, nostalgia y júbilo, se funden en una experiencia que conecta al viajero con su esencia más profunda. Aquí, la autenticidad se contagia y las emociones fluyen libres, como el Ebro bajo el puente.
Oña: claustros de memoria y arte
El camino lleva al siguiente vértice del triángulo, Oña, donde la piedra se convierte en refugio y la historia en contemplación. A los pies de la Sierra de Oña, la villa se abre como un libro de páginas medievales. La calle Barruso, antigua judería, y los restos de la muralla invitan a perderse en la penumbra del pasado. Pero es el Monasterio de San Salvador el corazón palpitante de Oña, un templo de arte y memoria que guarda los panteones reales y condales, retablos barrocos, sillería coral y murales góticos.
Aquí, la emoción esencial es la tristeza, pero no una tristeza paralizante, sino la melancolía serena de quien contempla el paso del tiempo y la fragilidad de la gloria humana. En el claustro del siglo XVI, obra de Simón de Colonia, el viajero siente la presencia de los que fueron y ya no son, y comprende que la tristeza es también un camino hacia la sabiduría.
Pero Oña es también alegría y asombro. El Jardín Secreto, proyecto cultural en los jardines del monasterio, es un canto a la creatividad contemporánea, una invitación a dejar fluir la emoción y a encontrar belleza en lo inesperado. La Casa del Parque Natural de los Montes Obarenes, instalada en la antigua vaquería, ofrece miradores, exposiciones y talleres que conectan al visitante con la naturaleza y la memoria del territorio.
En Oña, el triángulo de las emociones se completa con la serenidad: la tristeza se transforma en contemplación, la alegría en descubrimiento, el miedo en respeto por lo que fue y lo que aún late bajo las piedras.
Poza de la Sal: la memoria de la tierra y la sal
El último vértice del triángulo es Poza de la Sal, villa que debe su nombre y su destino a las entrañas de la tierra. Aquí, la emoción esencial es la admiración ante la tenacidad humana y la naturaleza mineral que define el lugar. El castillo de los Rojas, erigido en el siglo XIVsobre una fortaleza aún más antigua, domina el caserío de calles estrechas y empedradas, donde las casas blasonadas alternan con entramados de madera y yeso.
Las salinas, origen de la prosperidad y del carácter de Poza, evocan la alegría de los tiempos de esplendor y la tristeza del abandono progresivo a finales del XIX. Pero la memoria de la sal sigue viva en el Centro de Interpretación Las Salinas, donde el viajero descubre el milagro de extraer riqueza de la tierra y la importancia de la sal en la historia de Castilla.
En Poza, la emoción se hace tangible: el olor a tierra húmeda, el tacto de la sal en los dedos, el rumor del vientoen las murallas. La autenticidad de sus gentes y la persistencia de las tradiciones convierten la visita en una experiencia sensorial y emocional. El miedo aquí es el respeto por la naturaleza y por el tiempo, pero también la esperanza de que la memoria no se pierda.
Epílogo: El triángulo interior
Frías, Oña y Poza de la Sal forman un triángulo en el mapa y en el alma. Cada pueblo convoca una emoción esencial, pero juntos componen una experiencia integral, un viaje hacia el interior de uno mismo. Como en el triángulo del cambio, el viajero aprende a identificar y dejar fluir sus emociones, a conectar con la autenticidad y a encontrar en la historia, el arte y la naturaleza un espejo de su propio corazón.
En estos pueblos burgaleses, la emoción no es solo un estado de ánimo: es una forma de mirar, de recordar y de vivir. El triángulo de las emociones no es solo un itinerario geográfico, sino una invitación a la introspección y al reencuentro con lo más genuino que hay en nosotros.
“Dejar fluir las emociones libremente es una forma de conectarnos más con nosotros mismos y con los demás. La autenticidad también se contagia y trae como fruto relaciones más sinceras, profundas y claras. Todo ello, en conjunto, nos proporciona un mayor nivel de salud mental.”
Así, el viajero que recorre Frías, Oña y Poza de la Sal no solo descubre tres joyas de Burgos, sino que regresa transformado, con el triángulo de las emociones latiendo, ya para siempre, en su memoria.

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