POR TIERRAS DEL ARLANZA: Turismo emergente de calidad
En la provincia de Burgos se pueden seguir infinidad de rutas. Multitud de caminos que recorren unas tierras, que esconden la solera del castellano, de la Castilla de señores y vasallos, de castillos medievales e importantes batallas de nuestra Historia. Por doquier, los castillos medievales que perfilan el horizonte son recuerdos melancólicos de cuando se luchaba contra el invasor que nunca faltó por estas tierras.
Esta vez, el inicio del viaje se hace en Lerma, a un lado la N-I. El nuevo turismo y las vías de comunicación han dado importancia a esta localidad, una importancia que ya tuvo en el pasado. Su campo de golf y las obras del Parador dicen mucho del nuevo Lerma. Bajo el arco de la Cárcel se accede a la parte vieja, que conserva el Palacio Ducal y la colegiata de San Pedro, ambos del siglo XVII.
Nada menos que un Palacio Ducal transformado en Parador. La fortaleza de la arquitectura, como símbolo del carácter castellano, se refleja en este edifico. En el interior, todo gira alrededor del patio central del palacio, conocido como Patio de Bolaños. Para la decoración, muebles de castaño tallado de estilo clásico español, espejos holandeses y lienzos al óleo del siglo XVII.
La oferta para comer ha crecido en los últimos años, pero se agradece todavía el logo de esos lugares de siempre como la Posada de Eufrasio. La historia de esta posada se remonta a hace más de 150 años cuando era un pequeño negocio familiar en el que se servían los platos típicos castellanos -sopas, cordero, pimientos rellenos- como platos estrella. Tras una restauración meticulosa, lo que era un viejo caserón se ha convertido en una posada con todas las comodidades de hoy. Diez habitaciones dobles decoradas con vigas de madera, paredes de un blanco puro, colchas de tejidos suaves en colores luminosos.
Desde el altozano en que se ubica Lerma, se domina todo el valle del río Arlanza. Casi en paralelo al río, una estrecha carretera comarcal que serpentea entre pueblos que parecen sembrados en un mar de trigos. El río se convierte en fiel compañero de viaje, paralelo a la CL-100 durante los 11 kilómetros que separan Lerma del primer destino, Quintanilla del Agua.
Éste es uno de esos pueblos donde aún se cultiva el arte de charlar entre vecinos, y donde prácticamente en cada casa hay una bodega. Sólo hay que preguntarle a alguien por el vino que en ellas se guarda y con facilidad surgirá una conversación de horas en la que lo normal es que se acabe probando los preciados caldos de esa zona.
Quintanilla tiene una historia para todo aquél que quiera escuchar a los ancianos. Historias acerca de aquellos tiempos de duro trabajo en el campo cuando no existía la mecanización y apenas había electricidad, salvo la que producía el viejo molino, o cuando las mujeres debían romper la capa de hielo de los arroyos antes de hacer la colada. Atrás queda Quintanilla, sus chopos y encinas para visitar Tordueles y Puentedura.
Avanzando hacia el este la carretera se va haciendo más pequeña. Las curvas y las dificultades orográficas impiden ir deprisa, pero se van consumiendo kilómetros mientras las aguas del Arlanza acompañan al viajero sembrando las cunetas de un verde bellísimo. Cerca de Covarrubias se encuentran las ruinas del monasterio de San Pedro. Restos pétreos de un pasado glorioso que el abandono y el tiempo han ido reduciendo pero que aún conservan la dignidad de antaño.
La ruta busca el camino hasta Covarrubias, a los pies de la sierra del mismo nombre. En esta villa amurallada, su colegiata merece una visita, pues en ella reposan los restos del primer conde de Castilla, que ya debió de gozar de los guisos y los vinos de la zona. Las casas de piedra blasonadas y las estrechas callejuelas recuerdan su pasado y hacen de Covarrubias un auténtico museo de arquitectura popular castellana. En verano, Covarrubias es una gran fiesta, y entre los actos más celebrados es la feria medieval. Por este motivo, muchos racheles -rachel es el gentilicio del pueblo- vuelven cada año de su lugar de nacimiento para sumarse a la fiesta.
Dejando la carretera comarcal se coge la N-234 hacia Salas de los Infantes. Salas es otro de esos pueblos que guardan entre los muros de sus casas parte de la historia de la vieja Castilla. Importante encrucijada de caminos, hace siglos vio pasar al Cid Campeador cuando bajaba a su destierro “Por la terrible estepa castellana, el destierro, con doce de los suyos –polvo, sudor, y hierro-, el Cid cabalga”.
Los restos paleontológicos hablan de los primeros moradores y la calzada romana de Salas nos confirma que los jinetes romanos también cabalgaron por estas tierras mucho antes de que lo hiciera el Cid. Y es que así es la provincia de Burgos, un mosaico de legados y un puzzle de tradiciones.
A quien le guste las leyendas no debe dejar de visitar la iglesia de Santa María de Salas donde se guardan los despojos de las cabezas de los 7 infantes de Lara, cuyos cuerpos se cree que están enterrados en el monasterio de Suso, en Nájera.

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