TOUR DE FRANCIA: LA CARRETERA MARCA EL VIAJE
Cuando comienza el Tour de Francia a todos se nos afinan las emociones. Por un lado están los héroes: Induráin, Merck, Hinault, Lemon, Pantani, Ocaño o Perico. Pero por otro están los campos de batalla. Cada puerto se convierte en un relato épico que nos anima a sentarnos ante el televisor, con los comentarios de García, Ares o Perico… La suerte está echada.
Los Pirineos han sido el escenario histórico de no pocas luchas sobre el sillín. Su complicada orografía y privilegiado paisaje dan para muchas sorpresas. Si optamos por las dos ruedas y el manillar, hay diversos puertos que pueden convertirse en nuestra hazaña deportiva personal, nuestro motivo de conversación para años posteriores. Tomen nota.
El Tourmalet es el gran mito del ciclismo en los Pirineos. La ballena blanca, si queremos decirlo así, común a todos los aficionados y también a observadores casuales, conscientes de este lugar común de la cultura popular. Solo que de común tiene más bien poco, con sus pendientes eternas del 12%.
Tiene un trazado particular que explica que en sus notables curvas no pocos ciclistas decidiesen descartarse del grupo apretando el paso, o viceversa. Es, por lo tanto, con sus curvas de herradura, rectas eternas y sus verdes praderas, un escenario dramático que da pie a las sorpresas en el pelotón. Una vez pasamos la localidad de Gripp empieza lo duro, o lo maravilloso. No hay vuelta atrás pese a la presencia de la estación de La Mongie. Un santuario para los creyentes de las dos ruedas.
El Peyresourde es otro puerto de primera categoría para el que hay que ir bien preparado. No solo a nivel de indumentaria (un chubasquero podría venirnos bien) sino también psicológicamente debido a sus subidas de hasta el 9%. Esta monumental subida de los Pirineos Centrales se desarrolla entre Arreau y Bagnères-de-Luchon (localidad desde la cual podemos subir otros puertos destacables como el de Balès o el Portillón) y alcanza la impresionante altura de 1.599 metros.
Desde 1910 ha sido objeto de decenas de subidas por la no menos mítica D-618 en el Tour oficial, y está considerado una de las citas obligadas (y más duras) de la competición. Se extiende a lo largo de unos 14 kilómetros e incluye la posibilidad de subir en teleférico hasta la estación de Superbagnères, por si además de los pedales nos gusta darle al esquí. Para curarnos de tanto cansancio, hay unas aguas termales que piden ser aprovechadas.
Aspet, de nuevo en nuestro querido Alto Garona, es otro puerto de campanillas considerado de segunda categoría. Salimos de la pequeña localidad homónima, ideal para reponer fuerzas en un alojamiento rural, y a través de la D-5 y (de nuevo) la D-618 subimos unos 14 kilómetros probablemente interminables, cuando no inaccesibles, para no pocos mortales a dos ruedas.
Es un puerto que engaña, con una primera y prolongada parte más bien llana que durante la mayoría del tiempo sigue el curso del río Le Ger, que, sin embargo, en su tercio final se recrudece de una manera brutal. Entre tanto, las frondosas arboledas y excelentes paisajes refrescan y deleitan la vista, aunque no hay que olvidar que este puerto ha sido escenario de algunas desgracias como la muerte de Fabio Casartelli en 1995.
Aspin es un lugar tan dramático como elegante. Parte desde el pueblo de St Maria de Campan, de rocosas y neblinosas vistas en temporada invernal. Siguiendo la D-918 encontraremos bastantes kilómetros de puerto aceptable pero duro, de los que cortan la respiración al más pintado por su extensión sostenida. Pero queda lo mejor, con subidas superiores al 7 % en tramos posteriores que hacen que el puerto se convierte en un lugar único… Subir es un reto. Disfruzar se conviete en obligación
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